miércoles, 27 de febrero de 2013

Ricardo Palma, cronista bohemio: el prólogo al «Teatro» de Segura (1858)
Holguín Callo, Oswaldo
Pontificia Universidad Católica del Perú

Como es sabido, Ricardo Palma, que alcanzó una larga existencia de más de ochenta y seis febreros, entre 1833 y 1919, perteneció a la generación romántica venida al mundo en los años veinte y treinta de la decimonona centuria1. Ciertamente, fue el miembro más destacado de ella, aunque su obra principal, las Tradiciones peruanas, no pueda ser considerada ejemplo cabal de esa escuela. No sólo destaca Palma por su notable producción literaria sino por su longevidad, pues fue el romántico que vivió más tiempo: la mayoría de sus compañeros no llegó al siglo XX, y sólo el menor de todos, Acisclo Villarán (1841-1927), cumplió los ochenta y cinco calendarios. Hay evidentemente otros aspectos que lo singularizan. Uno en particular no ha sido valorado en forma suficiente: Palma fue el privilegiado cronista y a la vez vocero de su grupo generacional, el que dejó expresa constancia de los más importantes afanes de «la bohemia» limeña de su tiempo, vale decir la romántica. Esto requiere una aclaración. Es de todos conocido que en «La bohemia de mi tiempo» (1886), sus apuntes memorialísticos de afamado cincuentón2, Palma se ocupó de los «bohemios» que hicieron literatura en Lima entre 1848 y 1860, aunque no de todos3. Lo que no se sabe y menos se recuerda es que casi treinta años antes, en 1858, cuando aún se firmaba Manuel Ricardo Palma y estaba a punto de cumplir veinticinco febreros, pergeñó lo que podría considerarse un anticipo o anuncio de aquellas memorias literarias en el prólogo que redactó para la primera edición de las comedias de Manuel Ascensio Segura, materia de este artículo4. Y como alcanzó larga vida, tuvo más de una ocasión para evocar los años felices de su idealista generación, y aún pudo dictar en 1917 emocionados recuerdos de los «bohemios» José Antonio de Lavalle, Pedro Paz Soldán y Unanue (Juan de Arona) y Luis Benjamín Cisneros, miembros fundadores de la Academia Peruana Correspondiente de la Real Academia Española, en el solemne acto de reinstalación de ese instituto5.
Palma manifestó desde muy joven un claro interés por presentar los méritos y trabajos del grupo al que perteneció. Ello lo predispuso a trazar la crónica de los triunfos y fracasos de sus camaradas, junto a la suya propia. Sustento de ese interés debió de ser su decidida vocación histórica y la plena conciencia que tenía de la trascendencia de la generación que integraba, entre otras motivaciones6. Sin ser el líder ni el «bohemio» más caracterizado, sin embargo, tomó la pluma para dar cuenta de sus producciones intelectuales, en lo cual no poco pesaría el hecho de ejercer el periodismo y, por lo tanto, de advertir el poder de la prensa en la construcción de la fama y el buen nombre. Igualmente, la estrecha amistad que mantuvo con casi todos sus compañeros y el solidario espíritu de cuerpo que, tanto en la temprana juventud como en la avanzada madurez, manifestó, pusieron lo suyo en quien siempre se sintió orgulloso no sólo de su obra sino también de la de sus entrañables contemporáneos.
Los «bohemios» estimaron la pionera producción escénica de Felipe Pardo y Aliaga y de Manuel Ascensio Segura, sobre todo la de este último, de vuelta en Lima avanzados los años cincuenta del siglo XIX, el cual, alentado por ellos, escribió nuevas y muy aplaudidas comedias costumbristas y satíricas7. Ya en 1854 Juan Sánchez Silva, anónimo cronista local de El Comercio, aludió a la necesidad de representar teatro nacional, en especial el de Segura; Palma (El Tío Pepinitos), un año después, encomió El resignado y, en 1858, en compañía de unos amigos, Un juguete, cuyos ensayos presenció8. X. P. Z., posiblemente Palma, al destacar el valor de una colección de obras para el teatro que se editaba en Lima como Galería dramática, animó a Segura a publicar sus comedias9. Poco después la idea se hizo realidad cuando algunos admiradores, entre los que estaba el futuro tradicionista, dirigidos al parecer por Lorenzo García, se asociaron para concretarla y, firmándose Los Editores, comunicaron la noticia así:
«Impresión de las comedias de D. Manuel A. Segura. La buena acojida [sic] que constantemente han recibido del público en sus exhibiciones las comedias de costumbres escritas en el país por el señor Segura, hijo de esta capital, nos ha hecho mirar como un deber el empleo de los medios que pudieran conducir a la prestación de su consentimiento, para darles publicidad. Nos cabe la satisfacción de haber cumplido tan sagrado deber; hoy al dar principio a nuestras tareas no podemos prescindir de dar las gracias a nuestro amigo Segura, por el sacrificio que ha hecho, de su modestia, a la sincera amistad con que nos honra»10.
La obra contendría las comedias El sargento Canuto, La saya y manto, La moza mala, La espía, El resignado, Nadie me la pega, Ña Catita y Un juguete, que aún no se había representado. La noticia fue bien recibida y el revistero de El Comercio que se firmaba Publio Valerio, escribió:
«Hacía tiempo que la literatura nacional se resentía de la necesidad de emprender seriamente la formación de un repertorio siquiera contemporáneo, ya que la confusión de estos años que todo lo ha invadido, tiene diseminados y escondidos los brotes primitivos de la inteligencia y el numen peruano. Hoy, pues, unos pocos jóvenes que se han lanzado a la enseñanza pública de la filosofía y el derecho, abriendo una cátedra de lecciones orales, se proponen satisfacer aquella necesidad de la ilustración del país, comenzando por la impresión de las obras cómicas y dramáticas del distinguido crítico señor Segura [...]»11,
conceptos que Los Editores agradecieron. Días después aparecieron las primeras listas de suscriptores, señal de la buena acogida dada al proyecto, y aquellos anunciaron que para complacer a muchos habían dividido la edición en dos entregas, la primera de las cuales salió el 4 de febrero de 1858 con un prólogo de Palma y cuatro comedias12. Sólo entonces el público tuvo en sus manos el primer libro de autor peruano consagrado a la comedia de costumbres, el cual era fruto de un esfuerzo colectivo y juvenil en el que Palma desempeñó un papel relevante. La obra se tituló escuetamente Teatro de Manuel A. Segura y su pobre impresión hizo ver los limitados recursos con que se había plasmado13.
El «Prólogo» de Manuel Ricardo Palma, suscrito en Lima el 2 de febrero de 1858, constituyó su trabajo crítico más logrado hasta esa fecha. Contiene una sentida exposición de los obstáculos enfrentados en el país por el escritor teatral, una síntesis histórica de la producción escénica republicana y una elogiosa valoración de conjunto de la obra de Segura. En más de cuatro nutridas páginas, permite conocer no sólo el pensamiento de Palma sino el de sus camaradas románticos, de suerte que habla por muchos escritores peruanos jóvenes como él, unidos por el cultivo literario y los ideales y aspiraciones concurrentes14. Mucho tiempo después, Palma recordó así la gestación de la publicación y la de su propio «Prólogo»:
«Cuando, en 1859 [sic], varios jóvenes entusiastas nos asociamos para publicar ocho comedias del poeta nacional don Manuel Ascencio [sic] Segura, edición agotada ya, fui yo el designado para escribir cuatro palotes de introducción de los que, en puridad de verdad, no me siento hoy satisfecho. La petulancia del mozo que empieza a manejar una pluma campea en ellos [...]»15.
¿Por qué fue Palma el elegido para realizar tan importante tarea? Seguramente por el entusiasmo que puso en la empresa y porque era el «bohemio» que seguía más de cerca los pasos de Segura: acababa de hacer representar con buen éxito su tercera comedia de costumbres, ¡Sanguijuela!, lo que hacía pensar que en el futuro iba a producir otros trabajos semejantes pues era «el más ferviente de los criollistas, su mejor discípulo», y, por otro lado, elemento aportado por la casualidad, la trayectoria de ambos era comparable16.
El «Prólogo» empieza con un meditado párrafo donde Palma analiza la tarea del escritor de comedias costumbristas y relieva su mérito. Al redactarlo, el joven «bohemio» pensó en la obra de su amigo pero también en la suya propia:
«Todo pueblo tiene una fisonomía especial que lo distingue de los otros. Esta fisonomía la constituyen sus costumbres, las que para ser fielmente representadas en el Teatro requieren un serio y detenido estudio. El poeta cómico tiene que reunir a la delicadeza del sentimiento y a las galas del buen versificador, la severidad del filósofo. No inventa, copia. La sociedad le subministra el cuadro y el hombre los colores. Analiza una a una las fibras del pueblo en que vive, arranca la hipócrita careta que cubre a la humanidad y la enseña, palpitantes como en un espejo, sus vicios y su egoísmo. Y el pueblo se corrije [sic] sonriendo porque la reprensión le ha sido dada sin acrimonia; porque no ha visto exajerar [sic] pasiones y sentimientos que acaso le son incomprensibles; porque no se ha estremecido ante escenas de crímenes y sangre, que pintan al hombre más depravado de lo que el mundo lo ha hecho [...]»17.
La introducción da paso al asunto principal de todo el escrito, nada menos que una sentida queja de las adversas condiciones en que se desarrollaba el trabajo dramático de los jóvenes peruanos:
«El cultivo de las bellas letras no es en el Perú una profesión sino un entretenimiento. ¡Desdichados de los que escriben para el Teatro! Toda la protección que se les dispensa está consignada en un reglamento que en vez de alentar, desanima; que no ennoblece sino que degrada. Mucha abnegación, gran entusiasmo por contribuir a la formación de un Teatro nacional, necesita el poeta que lucha con la volteriana vanidad y exajeradas [sic] pretensiones de los cómicos y con el individualismo y los caprichos de las Empresas [...] El estímulo no lo encuentra aquí el escritor honrado ni en el Gobierno ni en el pueblo: lo halla en sí propio; lo espera en el porvenir. ¡Triste esperanza! La ignorancia en unos y la envidia en otros, han hecho del título de poeta una personificación del ridículo y así cuando oímos preguntar ¿es usted poeta? traducimos que se ha preguntado ¿es usted tonto? Otra vez lo hemos dicho y doloroso nos es repetirlo: sólo hay estímulo para vender su conciencia y para el vicio»18.
¿Cuánto de verdad había en tan sombrío cuadro? Palma sentía profundamente lo que dijo, aunque sin duda el suyo era un punto de vista interesado y comprometido. Expresó su verdad, la misma del grupo al que representaba, pero pasó por alto que casi en todos lados era difícil sobresalir como autor dramático pues se repetían con mayor o menor crudeza los estrechos límites impuestos por el medio limeño, los empresarios, los actores, los críticos malévolos, el público, etc. En otros países había semejantes o peores obstáculos, y sin ir muy lejos en México no se les reconocía a los autores ningún beneficio material19. Sin embargo, todo ello no invalida la honradez de su queja, suerte de amargo aunque barroco memorial de agravios de «la bohemia». Desde luego, no fue la suya, ni mucho menos, la única voz juvenil de denuncia, pues también José Antonio de Lavalle, el aristócrata fundador de La Revista de Lima, aludió a la «ninguna protección que las letras reciben del Gobierno, a la escasísima que la sociedad les presta [...]», lamentando de paso la
«tristísima condición del que tal carrera abraza; en un país en el que el cultivo de las letras ni constituye una profesión, ni crea una posición social, ni procura lo necesario -no decimos para lucrar con ella- para conseguir el sustento para la vida [...]»20.
Precisamente para probar la nula protección concedida al escritor dramático peruano, afirmó Palma, «procuraremos trazar en breves líneas la historia de nuestro Teatro desde la época de la Independencia hasta la actualidad». Esos pocos párrafos escritos por Palma con claro aire de reclamo deben de ser el primer esbozo del desarrollo del teatro en el Perú republicano. Para plasmarlos necesitó informarse, aunque en verdad aquello era una historia reciente a la que él no había sido ajeno. En primer lugar, presentó en forma destacada la obra pionera de Felipe Pardo y Aliaga, «respetable y distinguido literato» al que consideraba «el fundador de nuestro Teatro», cuidándose de anotar que le complacía elogiarlo desde que, imposibilitado por sus enfermedades de volver a ser ministro, sus palabras no podrían atribuirse a adulación. Refirió a continuación las tempranas producciones de Segura entre 1839 y 1845, «hasta que en 1848 empezó a presentarse una juventud ávida de gloria y llena de fe en el porvenir». En realidad, los primeros trabajos literarios de los «bohemios» aparecieron en 1846 y 1847, aunque es verdad que él sí se reveló al público en 184821. Lo cierto es que para Palma este año, desde tan temprana fecha como 1858, quedó convertido en verdadera piedra miliar de su cronología personal y generacional.
En relación al grupo romántico que integraba, como testigo privilegiado de sus afanes, se expresó con natural facilidad de la obra teatral de sus principales exponentes, vale decir José Arnaldo Márquez, José Toribio Mansilla, Manuel Nicolás Corpancho, Carlos Augusto Salaverry -a quien se dirigió con particular afecto-, Luis Benjamín Cisneros, él mismo, Narciso Aréstegui y Melchor J. Pastor, en los siguientes términos:
«[...] Arnaldo Márquez, el más sentimental de nuestros poetas, compuso la Bandera de Ayacucho, la Cartera de un ministro y la Familia del mendigo, piezas que, aunque no pasan de ser meros ensayos, revelan la feliz fantasía de su autor. Márquez cosechó sólo desengaños y olvidó el Teatro.
El Prisionero en Bolivia y una admirable traducción en verso de la Marion Delorme de Víctor Hugo, fueron los trabajos que en esos días de ilusión ofreció al público D. José Toribio Mansilla, quien por todo premio halló el desdén o la indiferencia. Protestó no escribir más comedias consagrándose a otras tareas.
Manuel Nicolás Corpancho hizo representar un drama caballeresco titulado el Poeta Cruzado y más tarde el Templario, obra del mismo género. La intriga y la envidia se cebaron en él y aseguramos que ha perdido la esperanza de ver reformado el palenque escénico.
Tú también, Carlos Augusto Salaverry, mi noble amigo, empiezas a sentirte desalentado. Los que gozaron con la representación del Pescador americano, de Arturo y del Bello ideal creían recompensar tus largas noches de insomnio y de fatigas con el aplauso que sus manos no podían resistirse a prodigarte, aplauso que era arrancado por la celestial armonía de tus versos. Pues bien, Carlos Augusto, escucha una amarga verdad. Cuando escribiste el Hombre del siglo XX, ese gran cuadro social tan lleno de sentimiento y poesía, en que se transparenta toda la elevación de tu alma, te calificaron de loco, porque no te comprendieron, y te dirijían [sic] miradas de humillante compasión.
Luis Cisneros, autor del Pabellón Peruano y de Alfredo, ha alcanzado lo que yo, que he escrito tres dramas y tres piezas de costumbres. El aplauso de una noche y luego los insultos de la ignorancia y de la envidia.
No dejaremos de hacer mención de D. Narciso Aréstegui y D. Melchor J. Pastor, autores de la Venganza de un marido y la Fatalidad, dramas escritos con verdadero talento»22.
Así quedaron plasmados no sólo el primer esbozo de historia del teatro republicano del Perú sino la airada protesta de «la bohemia» romántica ante la falta de estímulos y apoyo, expresada por uno de sus miembros más activos convertido, por interés propio y ocasional circunstancia, en vocero escogido del grupo.
Como se ha advertido, Palma pensaba que el resultado común de sus esfuerzos escénicos había sido cosechar desengaños, desdén o indiferencia, o sufrir la intriga o la envidia, la incomprensión o los insultos de la ignorancia, con el consiguiente abandono o renuncia de tales tareas. Sin embargo, nuestro catón reconocía que no todas las obras de sus amigos eran «producciones perfectas», pero sí demostraban «que con protección y estímulo podría haberse sacado gran partido de esas jóvenes intelijencias [sic]». Aseguró también que nunca había existido un «premio honroso» para alentar a los escritores, ni se había «pensado en formar una carrera para el escritor dramático»; y utilizó el sarcasmo para deprimir aún más la situación de los escritores jóvenes:
«¡Ah! Lo olvidábamos. ¿Nos regalan un asiento en la platea? Si... Pues ¿a qué quejarnos? Estamos suficientemente recompensados. Estimulaos, jóvenes, y si queréis gozar de la misma gracia, escribid para el Teatro, pues el premio bien vale la molestia de sacrificar la salud y el reposo»23.
Sin ocultar su desagrado, Palma denunció que el público se convertía en juez severo cuando concurría a presenciar una obra nacional, mientras que a las extranjeras las declaraba magníficas sin atreverse a criticarlas; no había indulgencia
«para con el pobre autor. Las bellezas pasan desapercibidas y sólo resaltan a los ojos del zoilo los defectos e incorrecciones. Y después... allí está la imprenta. No escasearán artículos declarando, majistralmente [sic] y sin apelación, un estúpido al poeta y si se le honra mucho reconociendo algo de bueno en su trabajo, queda el recurso de afirmar que lo ha plajiado [sic]. -¿De dónde?, pregunta sorprendido- Del infierno... de un tratadista alemán o turco, responde el criticastro con todo el aplomo que le proporciona su falta de pudor; y entre tanto el infeliz escritor dramático tiene que ahogar en germen sus facultades y romper su pluma; porque tal vez no le sobra energía para luchar contra la calumnia, la ignorancia y el ridículo»24.
Por cierto, reconoció honrosas excepciones,
«personas de elevada inteligencia y de verdadero amor al país. ¡Cuánto debe la juventud a los sanos consejos de los señores Paz-Soldán, Vijil [sic], Carpio, Mariátegui, Novoa [sic] (D. Ignacio) y algunos otros que han sabido constantemente alentarla en sus tareas!»,
lo que no le impidió señalar que a una mayoría le eran siempre detestables las producciones nacionales y bueno sólo lo que llevaba el sello de extranjerismo, concluyendo con amargura: «A ella toca la hiel en que mojamos nuestra pluma al trazar estas líneas»25.
Sin duda, Palma exageró sus quejas pues cuando el paso del tiempo lo alejó de las frustraciones y tropiezos de la juventud expuso otras razones para explicar el alejamiento de Márquez y Corpancho del teatro26, e incluso escribió:
«Repito que pecaríamos de ingratos los bohemios si dijéramos que la sociedad limeña, de 1848 a 1860, nos escaseó estímulo y aplausos. Los hombres de Estado, las eminencias en todas las carreras públicas, se impusieron el deber de alentarnos»27.
¿Olvidó los sinsabores de sus tempranos años de escritor? ¿Perdieron entidad desvirtuados por los éxitos? ¿Dirían lo mismo los «bohemios» menos afortunados? Posiblemente en ambos testimonios su apreciación fue muy personal y en función de las cambiantes circunstancias.
Los últimos párrafos del prólogo están dedicados a Segura, a quien Palma reconocía no haberse arredrado ante los obstáculos. Segura empezó escribiendo dramas, pero tuvo el buen tino de comprender que ese género no iba con su talento y «compuso las comedias de costumbres que forman esta colección y en las que sin duda no tiene rival en la literatura americana»28. Palma no hallaba mejor crítica de la empleomanía que en La saya y manto, del fanático de las corridas de toros que en Dn. Sempronio de El sargento Canuto, de la vieja enredadora, beata e hipócrita que en Ña Catita, pero afirmó admirarlo más en Nadie me la pega, Un juguete y El resignado, obras que reflejaban vivamente nuestras costumbres políticas y tenían «además un mérito histórico porque se ocupan de las contiendas civiles que fatalmente aflijen [sic] al Perú»29. Sus argumentos eran sencillos, los caracteres bien sostenidos, el diálogo natural, el colorido local e imposible de falsificar, y los chistes y agudezas inagotables y esparcidos en facilísimos versos; en cuanto al empleo de términos populares, así los justificaba:
«Alguna vez se ha hecho al poeta de quien nos ocupamos la acusación de emplear palabras poco cultas; pero los que esto observan no tienen presente que cuando se pinta al pueblo debe pintársele tal cual es. Si existe algo en la presente colección que ofenda al descontentadizo lector, culpa será del original no del retrato»,
opinión que iba a mantener incluso en su exigente madurez30.
Como se ha podido apreciar, el prólogo palmino al Teatro del maestro Segura apuntó principalmente a hacer escuchar la voz de los jóvenes peruanos autores de dramas y comedias, a reclamar protección y estímulo, a denunciar la incomprensión general que limitaba su esfuerzo, a señalar los muchos obstáculos que debían vencer. El inquieto «bohemio» que ejercía de empleado administrativo de la Marina y lamentaba la inexistencia de una carrera para el escritor teatral peruano, seguramente tenía en mente su propio caso. Por cierto, pedía mucho, pues el país estaba lejos de tener las condiciones necesarias para el desarrollo de tal profesión, pero él no lo apreciaba así y pensaba que la sociedad le debía un futuro conforme a su talento. La «prosperidad falaz» producida por el guano, amén de sus sueños y ambiciones, no le permitían apreciar la realidad tal cual era, y un cierto sabor a trabajo sin fruto, a empresa infecunda, resumía su escrito haciéndole lamentar que no se hubiese aprovechado el esfuerzo de sus compañeros y el suyo propio. El tono de sus palabras y el pasado verbal que emplea advierten a las claras que los «bohemios» pensaban haber cumplido su tarea en cuanto al teatro, lo que era verdad porque sólo Salaverry y los hermanos Isidro Mariano y Trinidad Manuel Pérez continuaron en la brega algunos años más, aunque el mismo Palma asociado a Segura, antes de que finalizara ese 1858, puso en escena la aplaudida comedia El santo de Panchita, última que se le conoce31. Paradójico aunque fiel a su doctrina el destino de los románticos peruanos, que siendo aún jóvenes ya confesaban haber sufrido desengaños y perdido algunas ilusiones, sentían lejano el tiempo de su iniciación intelectual, cancelado un período de su vida...

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