miércoles, 27 de junio de 2012

Ricardo Palma en 1882-1892: De la defensa del Perú a la del español de América. Sus amistades argentinas

Oswaldo Holguín Callo

Pontificia Universidad Católica del Perú

El período 1882-1892 de la vida de Ricardo Palma ofrece algunas situaciones personales críticas seguidas de largos momentos relativamente apacibles. Una mirada sobre su patria hace ver que en 1882 el Perú sufría las consecuencias de la derrota y los estragos de la ocupación enemiga ocasionados por la Guerra del Pacífico; diez años más tarde, superada a un altísimo precio aquella contingencia, hacía frente a su dolorosa herencia de pobreza y limitaciones de todo tipo, mientras se reconstruía lentamente por la escasez de recursos. Palma no fue ajeno a tan graves alternativas. Perdida su morada de Miraflores, cerca de Lima, en el incendio de origen bélico que en 1881 destruyó ese poblado campestre, y con ella su valiosa biblioteca americanista amorosamente formada desde los primeros años de la juventud, Palma atravesó un breve período de profunda depresión que al fin dejó para seguir sirviendo a su patria como él sabía hacerlo: con la pluma. Escribió páginas literarias y crónicas periodísticas sobre la situación del Perú que muchos diarios -especialmente La Prensa de Buenos Aires- y revistas extranjeras publicaron, y con el dinero que ello le produjo pudo sostener a su familia, acrecida con nueva prole por esos años. En noviembre de 1883, a poco de hacerse la paz con Chile, y aunque había recibido atractiva oferta de trabajo en Buenos Aires, nada menos que en aquel diario, logró ser nombrado Director de la Biblioteca Nacional, cargo que ambicionaba y constituía un claro reconocimiento de sus méritos intelectuales. Ese mismo año su amigo Carlos Prince, diligente editor y librero francés radicado en Lima, publicó las seis primeras series de sus tradiciones, la quinta y la sexta por primera vez, colección económica que consolidó su popularidad dentro y fuera del país. El 28 de julio de 1884, el día patrio peruano, Palma cumplió su ofrecimiento de reabrir la Biblioteca Nacional, saqueada por los chilenos. Durante cerca de treinta años, sin dejar la literatura, se entregó por completo a esa institución, fungiendo de verdadero «bibliotecario mendigo» por las muchas veces que solicitó ayuda y donativos a fin de devolverle la riqueza bibliográfica perdida.

Pero no todo fue felicidad en su vida. Golpeada por la derrota, la nueva generación rodeó a Manuel González Prada, distinguido escritor de ideas radicales, y este hizo blanco de sus críticas, entre otros, a Palma, aunque en forma indirecta al fustigar el género que había creado -la tradición. Palma se sintió muy dolido y expresó una y otra vez su desencanto, al tiempo que anunciaba su retiro de la lid literaria. Por suerte no fue así y siguió escribiendo y publicando libros de tradiciones recopiladas y artículos de variada índole. Consciente del cambio de gustos, no por ello renunció a sus ideales estéticos, pero sin duda se fue distanciando día a día de la modernidad que no satisfacía sus aspiraciones. No dejó de plasmar tradiciones pero tampoco poesía -en 1887 reunió lo mejor de sus versos bajo el título de Poesías- y, sobre todo, empezó a manifestar un gran interés lexicográfico, expresión de su profundo nacionalismo, recopilando varios cientos de voces provinciales peruanas y americanas para hacerlas reconocer por la Academia Española, cuyo miembro correspondiente era desde 1878 y con la cual había colaborado decisivamente para fundar la filial peruana. La oportunidad inmejorable se la dio el nombramiento de delegado del Perú a las fiestas españolas por el cuarto centenario del Descubrimiento de América (1892). Viajó a la península con sus hijos Angélica y Ricardo, y asistió y participó en numerosos actos culturales y sociales. Lamentable aunque comprensiblemente, la Academia Española no aceptó muchos de los términos que propuso, sufriendo Palma una gran decepción. Años más tarde, casi todas esas voces lograron el reconocimiento solicitado.

Palma practicó el americanismo literario desde la juventud. Quiso estrechar relaciones con escritores de las nuevas nacionalidades hispanoamericanas a través de la lectura, de la crítica, de la colaboración en sus publicaciones periódicas. Una y otra vez, sobre todo en el primer período de su vida, expresó ideas favorables a la unión y fraternidad de los pueblos que habían sido colonias españolas. Reunió una valiosa colección de libros de autores del Nuevo Mundo ibérico, y con no pocos hizo amistad epistolar cuando no pudo establecer un vínculo directo. Y, lo más importante para esta nota memoriosa, argentinos fueron los que formaron el grupo más numeroso, y de seguro el más querido, entre todas esas relaciones. Precisamente en el período que cubre el epistolario que ahora se publica, las relaciones de Palma con sus colegas argentinos fueron de lo más estrechas y variadas, sin duda por razones políticas, históricas y coyunturales, y porque Buenos Aires se hallaba convertida en la gran capital sudamericana donde muchos escritores encontraban un medio favorable a sus inquietudes. Por ello, no fue casual que en 1890 Palma rindiera un sentido homenaje poético al general José de San Martín -«A San Martín. Homenaje de un soldado de la patria vieja», llamado también «Presente, mi general»- y se valiera de la ocasión para condenar el expansionismo chileno que recientemente había mutilado al Perú.

En su adolescencia, Palma leyó La novia del hereje o la Inquisición de Lima de Vicente Fidel López, cuya influencia es evidente en su temprano cuanto breve «romance» Lida (1853), y conoció de cerca a Juan María Gutiérrez, quien, de visita en Lima por 1851-1852, aprovechó la ocasión para investigar en la Biblioteca Nacional, donde el joven Palma le sirvió de amanuense. Por esos mismos años también estrechó la mano, y le dedicó unos versos, de José Mármol, el valiente poeta del Plata que había condenado al dictador Rosas, blanco también de versadas palminas de semejante designio. Pero, sin duda, no hubo argentino más cordial y estrechamente ligado a Palma, tanto en los tempranos años juveniles como en los de la madurez cargada de elogios, que Juana Manuela Gorriti.

Una rápida revista de algunos de los principales amigos argentinos de Palma, muchos de ellos escritores, además de los referidos, podría empezar con Hilario Ascásubi, el viejo cantor gauchesco que en 1864 acompañó a Palma a visitar la tumba de Musset en el cementerio del Père Lachaise de París. J. Pastor Servando Obligado, seguidor de Palma en el cultivo de la tradición, figura central de una de las famosas veladas literarias de Juana Manuela en la que leyó una de sus producciones, seguramente fue el que más perseveró en el género entre los tradicionistas argentinos. El notable poeta Carlos Guido y Spano mereció afectuosos conceptos de parte del viejo limeño, así como Miguel Cané le dirigió a Palma muy sentidas apreciaciones.

En los años sesenta del siglo XIX, Palma colaboró una y otra vez con La Revista de Buenos Aires de Vicente G. Quesada. Más tarde, formuló elogiosa crítica al Martín Fierro de José Hernández (1879) y a la Historia de San Martín y la emancipación sudamericana de Bartolomé Mitre (1889), cuyas Poesías ya había reseñado (1862); también en este año consagró artículo ad hoc a las poesías del citado J. M. Gutiérrez. En cada caso, hubo formal intercambio epistolar muy de acuerdo al uso y estilo de la época. No menos afecto acusó la correspondencia de Palma con Ernesto Quesada, Florencio Escardó, Rafael Obligado -reseñada por Aurelio Miró Quesada S.-, Santiago Estrada, Héctor Florencio Varela, Francisco Lagomaggiore, Adolfo E. Dávila, Alberto y Enrique Navarro Viola, Martín García Merou, Manuel Ugarte, Leopoldo Díaz, Estanislao Zeballos, Domingo Faustino Sarmiento, José Clemente Paz, Lucio Víctor Mansilla, Roque Sáenz Peña, José María Zuviría, Mariano Aurelio Pelliza, Pedro N. Arata, Adolfo Saldías, Juan M. Espora, Lauro Cabral, Ángel Justiniano Carranza, Ricardo Trelles, Jerónimo Espejo, entre otros.

Finalmente, en los últimos años de su vida Palma recibió, en su retiro de Miraflores, la visita de no pocos personajes argentinos, atraídos, como tantos, por la fama del ilustre escritor. Entre ellos estuvo Antonio Sagarna, diplomático y escritor que representaba al gobierno de Buenos Aires en el Perú. Sagarna le dedicó a Palma, a poco de su muerte, más de un artículo que revelaba la profunda admiración y aprecio que sentía por el viejo limeño. Vino a ser como el vocero de los muchos argentinos semejantemente cautivados por Palma, quien nunca dejó de encomiar las altas prendas de los compatriotas de uno de sus arquetipos, el libertador San Martín. Tan presentes tenía Palma a sus colegas los escritores del Río de la Plata, que así los evocó en sentido discurso dirigido a una delegación de estudiantes hispanoamericanos (1912):

«Vosotros, estudiantes argentinos, llevad en mi nombre un saludo al poeta Carlos Guido Spano, mi compañero de ancianidad, así como a vuestro presidente Sáenz Peña, mi noble amigo, a Estanislao Zeballos, a Pedro Arata, a Pastor y Rafael Obligado, mis constantes corresponsales, y a los literatos que hoy enaltecen con sus producciones a la gran patria de Juan María Gutiérrez, de Miguel Cané, de Hilario Ascásubi, de Faustino Sarmiento y de Bartolomé Mitre»1.

Ricardo Palma en la obra de Porras

Apuntes y bibliografía1

Oswaldo Holguín Callo

Raúl Porras Barrenechea, venido al mundo en 1897, tuvo en su niñez, al igual que otros infantes peruanos de su tiempo, los primeros contactos con la obra de Ricardo Palma, el insuperable mago de las Tradiciones peruanas, las cuales eran lectura obligada en el hogar y en la escuela. Desde entonces y hasta el fin de sus días, Porras admiró a Palma como escritor y como ciudadano, como creador literario y como patriota, y le dedicó no pocos estudios que sustentan estos apuntes dedicados a la memoria del gran maestro sanmarquino en ocasión de su centenario natal y del trigésimo séptimo aniversario de su muerte2.

La aproximación personal

Porras era un joven de dieciocho años estudiante de San Marcos cuando quizá se produjo su primer acercamiento a Palma, achacoso octogenario radicado en el pueblo de Miraflores, donde habitaba un rancho separado de la que sería su casa -sede hoy del Instituto que lleva su nombre- por sólo una cuadra. En efecto, él y Guillermo Luna Cartland, redactores de la revista Alma Latina, le escribieron para dedicarle la publicación como «exponente de todos los anhelos de nuestra juventud», manifestándole haber colocado su retrato en la portada del quincenario y confesándole su admiración: «Reciba Ud. este homenaje de la juventud que lo venera y junto con él, una tímida súplica para que su pluma nos dirija una palabra de bondad y de aliento»3. Como vemos, los jóvenes le pedían una colaboración, lo que era mucho pedir pues todos sabían que Palma, cansado y alejado del mundo, se había retirado de la tarea intelectual; por lo mismo, no debió sorprenderles la respuesta, en la cual, cordialmente, Palma les agradeció con frases afectuosas que le consagran el primer número de Alma Latina, lamentando no prestarles la colaboración solicitada por la prohibición formal de los médicos, aunque les animara a seguir adelante deseándoles éxitos y felicidades4.

A raíz de la muerte de Palma ocurrida el 6 de octubre de 1919, Porras, quien seguramente integró el numeroso acompañamiento ciudadano presente en las honras fúnebres celebradas en el templo limeño de la Merced y en el Cementerio General de Lima, redactó el artículo «Palma satírico» que más adelante comento. Los estudiantes sanmarquinos atravesaban un momento de animosa participación en los asuntos de interés general y Porras era uno de los más caracterizados; la Federación de Estudiantes del Perú encargó el proyecto de un monumento a Palma a una comisión compuesta por Porras, Luis Alberto Sánchez, Jorge Guillermo Leguía y otros; tres meses más tarde, en el aniversario de su nacimiento (7 feb. 1920), la misma Federación organizó una romería a su tumba y la colocación de su retrato en la casa de los estudiantes del Palacio de la Exposición; a poco, el Congreso Nacional de Estudiantes reunido en el Cuzco, en el que Porras tuvo activa participación, tributó un homenaje a Palma y a González Prada5. Desaparecidos ambos escritores, merecieron juntos el generoso homenaje de quienes, más allá de preferencias personales, debían reconocer sus indiscutibles méritos antes que sus sensibles diferencias.

Porras estrechó amistad con los hijos e hijas de Dn. Ricardo. Clemente, el mayor, director de la muy leída revista Variedades, le llevaba un cuarto de siglo; Angélica, casi veinte años; la distancia cronológica de los demás era menor. Tras el seudónimo de El Niño Goyito escribió Porras la crónica titulada «El homenaje del Ministro argentino a don Ricardo Palma» sobre la fiesta con representación de tradiciones ofrecida en la Embajada argentina, por su titular Dn. Roberto Levillier, con motivo del matrimonio de Edith Palma Schmalz, hija de Clemente, con el adjunto naval de su representación diplomática6.

Al parecer, la relación amical con Angélica fue la más estrecha; las cartas que Porras le envió en 1930 y 1934 revelan no sólo afecto sino expansión y convergencia de ideas7. En 1927, bajo el título de «Las últimas obras de Angélica Palma», Porras había publicado una elogiosa reseña de su breve pero sugestiva biografía de Dn. Ricardo y de las novelas Tiempos de la patria vieja y Uno de tantos8. Al morir inesperadamente Angélica en 1935, Porras prosiguió la relación con Augusta y Renée, haciéndose posible la edición del Epistolario (1949) citado más abajo; y cuando a Porras le tocó cumplir aquel paso, no sorprendió a nadie que, en fraterno homenaje, Augusta se expresara así: «La R y la P, letras que tanto significan para mí; ellas representan República Peruana, mi grande amor a la patria; Ricardo Palma, mi íntimo sentir filial; y Raúl Porras, mi prototipo de consecuencia en la amistad»9.

La Sociedad Amigos de Palma se formó a iniciativa de Porras para celebrar el centenario natal palmino y designó como Presidente a José de la Riva-Agüero y secretario a su diligente propulsor. El 7 de febrero de 1933 asistieron sus miembros a la ceremonia en que la Municipalidad de Lima entregó a la Biblioteca Nacional una réplica de la cabeza en bronce de Palma debida al escultor Manuel Piqueras Cotolí, pero su principal trabajo fue organizar la Semana de Palma (7 al 14), constituida por conferencias, charlas y una magnífica exposición bibliográfica, documental y testimonial. Porras ofreció la conferencia «Palma romántico» y redactó la crónica, el catálogo y la bibliografía de la citada exposición. Posteriormente, Porras presidió la Sociedad Amigos de Palma.

Porras compartió hacia el final de su vida los empeños de Augusta Palma y de Eugenio Alarco para adquirir la casa miraflorina donde pasó sus últimos años y murió Palma, a fin de establecer en ella el museo que desde 1969 es una realidad10.

Los estudios

Los trabajos palmistas de Porras pueden dividirse en bibliografías, crónica, antologías de tradiciones, ediciones y ensayos histórico-crítico-literarios.

Bibliografías

«Nota bibliográfica» por Sturgis E. Leavitt, completada por Porras (1923).

«Bibliografía de Palma» (1933).

«Bibliografía sintética de Ricardo Palma. 1833-1939» (1939).

«Bibliografía de Ricardo Palma» (1951 y 1959).

Porras era muy joven cuando advirtió que para conocer bien la obra de Palma era necesario contar con una eficaz ayuda bibliográfica. La relación hecha por el norteamericano Sturgis E. Leavitt constituía un gran avance, pero Porras reparó en que distaba mucho de ser completa, de ahí su temprana incursión en los quehaceres eurísticos en plan de completarla para el primer fascículo semanal de una colección de difusión popular titulada La literatura peruana, dirigida por Manuel R. Beltroy, aparecido el 5 de abril de 192311.

Su segundo empeño bibliográfico fue la «Bibliografía de Palma» que conformó el «Catálogo de la exposición» presentada cuando el centenario palmino en 193312. Se trata de una cuidadosa biobibliografía en el sentido literal de la palabra -obras de y sobre Palma- a la que acompañan sendas descripciones de unas vitrinas conteniendo fotografías, manuscritos, insignias, medallas, álbumes, revistas y periódicos, pinturas, programas, etc., etc.13.

Una «Bibliografía sintética de Ricardo Palma. 1833-1939» suscrita con sus iniciales R. P. B., signo de su constante preocupación por la materia, apareció en publicación sanmarquina de 193914.

Pero fue su caudalosa «Bibliografía de Ricardo Palma» publicada en 1951, al frente de la esmerada edición de Tradiciones peruanas de la Editorial Cultura Antártica, para la cual fue preparada, la culminación de estos esfuerzos15. Porras la dividió en diez partes: obras diversas, bibliografía de las Tradiciones peruanas, ediciones parciales de las tradiciones y antologías, obras en colaboración, obras editadas o prologadas por Palma; obras inéditas, perdidas y clandestinas; catálogo y memorias bibliográficas, biografía de Palma, bibliografía sobre Palma, y ensayos y críticas. Además de brindar un inventario más completo y ordenado, resultan muy valiosas sus notas, comentarios y apreciaciones personales, fruto de su vasto conocimiento de la vida y obra de Dn. Ricardo.

Crónica

Firmándose Jeromillo publicó Porras la ya citada «Crónica de la exposición» del centenario palmino16. Fue una exposición bibliográfica, iconográfica y de recuerdos organizada por la Sociedad Amigos de Palma e inaugurada el 9 de febrero de 1933 en el local de la biblioteca de Entre Nous, institución cultural presidida por Da. Belén de Osma. El seudónimo lo tomó del nombre de un avispado paje del Virrey Príncipe de Esquilache que aparece en la tradición «Una aventura del virrey poeta». En el texto hallamos su amplio concepto del testimonio y la fuente histórica:

«No sólo los sables viejos, los rifles mohosos, las proclamas y partes de batalla, los uniformes entorchados y roídos por la polilla tienen interés póstumo. También lo tienen y cuánto más evocativo y melancólico, los despojos terrenos de algún gran espíritu, las huellas directas de su vida o actividad, los objetos que cerca de él recibieron la confidencia de sus inquietudes, angustias o esperanzas, ¡manuscritos llenos de tajaduras, enmiendas e intercalaciones, o en los que la pluma corrió fácil y animosa, llevada por el calor de la inspiración romántica! ¡Libros prologados íntimamente por la amistad o la admiración literaria! ¡Cartas, retratos, autógrafas, fotografías, muertos testimonios de la vida móvil y cambiante, intornable siempre!»

(p. 131)

«La Exposición de Palma ha abierto, pues, un género de recordaciones nuevo y fructuoso para comprender el pasado y evocarlo en toda su amplitud y colorido.»

(p. 132)

Antologías de tradiciones

Tradiciones escogidas (1938).

Tradiciones peruanas. Selección y reseña de la historia cultural del Perú por Raúl Porras Barrenechea (1945).

Tradiciones peruanas. Selección y prólogo de Raúl Porras Barrenechea (1956).

Porras antologó las tradiciones en más de una oportunidad. La primera para la Biblioteca de Cultura Peruana (1.ª serie, 11), patriótica empresa editorial que dirigió Ventura García Calderón por encargo del Gobierno del General Benavides; sin embargo, se apartó de la labor antes de la aparición de la obra, sin duda por diferencias con el director17. Las tradiciones figuran divididas en siglos (XVI a XIX) y, al final, unas pocas llevan como epígrafe «Cuentos de la abuelita».

Por encargo de la editorial norteamericana W. M. Jackson Inc. Editores realizó una antología más abultada para la difundida Colección Panamericana, la cual vio la luz en Buenos Aires en 1945, siendo más de una vez reeditada18. El extenso prólogo, titulado «Reseña [de la historia] cultural [del Perú]» (Lima, 1945; pp. VII-LXXXIII), con algunas páginas dedicadas a Dn. Ricardo (pp. XLI-L), constituye el bello ensayo publicado posteriormente como «El sentido tradicional en la literatura peruana. Esquema de historia literaria del Perú»19. En realidad, se trata de un completo recuento y balance de la literatura peruana, en el cual Palma ocupa un lugar eminente. Las tradiciones aparecen agrupadas en «El alma india», «La Conquista»; los siglos XVI, XVII y XVIII; la «Revolución», «La República» y «Consejas y cuentos de viejas».

Una tercera antología, sumamente reducida, apareció bajo el sello editorial del Patronato del Libro Peruano en 195620. «El criollismo de Palma», ensayo escrito por Porras, figuró como prólogo, y las tradiciones se dividieron en «La Conquista», «La Colonia» («los Virreyes», «de amor y honra» y «mundo, demonio y carne»), «La Emancipación» y «La República».

Ediciones

Epistolario (1949).

Tradiciones peruanas (1951).

Porras fue Director Literario de la limeña Editorial Cultura Antártica, siendo decisiva su participación en la edición del Epistolario en 1949 (2 vols.), con prólogo suyo que adelante comento, y de las Tradiciones peruanas en 1951 (6 vols.)21. Según Augusta y Renée Palma, su hermana Angélica inició en Madrid en 1924 la búsqueda y copia de las cartas de su padre, labor que ellas continuaron hasta verla felizmente culminada22; lo cierto es que si les asistía razón al pensar que la colección «es al mismo tiempo una especie de autobiografía fragmentada, que ha de servir de guía a los que estudian y aman la figura preclara de Ricardo Palma», no imaginaron que el volumen único de correspondencia palmina, pues el segundo lo constituyen cartas dirigidas a Dn. Ricardo cuyos originales guardaban sus archivos, es sólo una muestra, bien es verdad que muy representativa, del universo epistolar facturado por el tradicionista. Y en cuanto a las Tradiciones peruanas, se trató de un meritísimo esfuerzo por realizar una edición lo más fiel a la voluntad de su autor, teniendo como modelo la española de Espasa-Calpe (1930).

Ensayos histórico-crítico-literarios

«Palma satírico» (1919).

«Palma romántico» (1933).

«Palma y Gonçalves Dias» (1934).

«Reseña cultural» (1945).

«Prólogo», en R. Palma: Epistolario (1949).

«Un centenario romántico olvidado: (1852-13 de enero-1952). El estreno del «Rodil» de Palma» (1952).

«De la autobiografía a la biografía de Palma» (1954).

«El desafío del General Castilla» (1954).

«Palma y lo criollo» (1955).

«Don Ricardo Palma entre el periodismo, la historia y la política. (Fragmento de una biografía)» (1957).

«Ricardo Palma, colegial de San Carlos» (1968).

«Palma periodista» (1983).

«Don Ricardo Palma» (parcialmente inédito).

Porras escribió innúmeras veces, en ensayos diversos consagrados al pasado peruano y limeño (v. gr. la Biblioteca Nacional), sobre Palma ciudadano, escritor, periodista, etc., pero sólo voy a enfocar los que le dedicó en su integridad, algunos de los cuales fueron en su origen materia y sustancia de memorables conferencias. Como es sabido, siendo muy joven Porras quiso dedicarse al estudio de nuestra literatura, y practicó su investigación y docencia; pues bien, en la conferencia que sobre la materia leyó como delegado de la Facultad de Letras de San Marcos en la velada ofrecida por la delegación peruana a la sociedad de Bolivia, en el Teatro Municipal de La Paz, el 8 de abril de 1918, ya consagró a Palma, que aún vivía, elogiosos conceptos23.

«Palma satírico», escrito a raíz del fallecimiento de Dn. Ricardo, fue el primer ensayo que le dedicó24, y en realidad su segundo trabajo de aliento, apenas precedido por la conferencia sobre José Joaquín de Larriva ofrecida en el Conversatorio Universitario en agosto de 1919; vale recordar que por entonces facturaba un trabajo general sobre los satíricos limeños -o sobre la poesía satírica y festiva- que publicó más adelante, de manera tal que Larriva y Palma calzaban bien en sus planes. Fue también su primera colaboración en Mercurio Peruano, la revista de cultura más destacada del momento, la cual honró la memoria de Palma con un número doble que reunió ensayos de valiosos elementos jóvenes: Luis Fernán Cisneros, Porras, Manuel Beltroy, Jorge Guillermo Leguía, Luis Alberto Sánchez, Edwin Elmore (Silvestre Vasombrío), etc.

Ya al inicio del trabajo Porras emite un concepto central: «Palma, el espíritu más representativo de nuestra literatura, tenía que ser necesariamente burlón» (p. 269), el cual hace recordar los de José de la Riva-Agüero en su notable y fundador libro Carácter de la literatura del Perú independiente (Lima, 1905). Porras recuerda los trabajos de Palma, al lado de Juan de los Heros, en el periódico satírico de oposición La Campana, donde publicó unas jocosas semblanzas de los diputados al Congreso Constituyente de 1867; su poemario Verbos y gerundios (Lima, 1877), donde es un poeta festivo; el «Juicio de trigamia» que publicó el semanario La Broma (Lima, 1877-1878), en el que actuó junto a Miguel Antonio de la Lama, Manuel Atanasio Fuentes, Acisclo Villarán, Eloy P. Buxó, Julio Lucas Jaimes y Benito Neto, y donde inició la demanda como abogado de la limeña burlada por el inconstante capitán; y, desde luego, las tradiciones:

«Con ser obra de historia y de celosa erudición, las tradiciones son el mejor testimonio de su malicia y de su donaire picaresco. Sólo él supo, reuniendo cualidades que se rechazan por instinto, ser erudito y travieso. Pudo haberse despersonalizado en la lectura soporosa y en la rebusca ímproba. Pero su espíritu alado revoloteaba juguetonamente sobre los infolios a caza de la anécdota añeja y escabrosa, de la aventura galante o el detalle sugeridor. En vez de envejecerse en el trato con los pergaminos, él rejuvenecía la historia con su regocijo satírico.»

(pp. 272-73)

Piensa que en las tradiciones se revela Palma criollo auténtico -indisciplinado, enemigo de la autoridad, irreverente en cuestiones religiosas, oposicionista por temperamento, malévolo y gracioso, amigo del alboroto y del tumulto...-, como que ellas contienen muchas alusiones políticas, incluso de actualidad. El estudio que realiza le permite tratar a Palma como ironista, satírico, humorista; en realidad, Porras echa nueva luz sobre una faceta importante de la obra de Palma, y completa así el análisis de Riva-Agüero25.

Para el centenario palmino Porras concretó una profunda investigación histórico-literaria que tituló «Palma romántico» y reveló como conferencia en la Sociedad Entre Nous, en la Semana de Palma, el 13 de febrero de 193326. «Palma romántico» representa un notable avance en el conocimiento del acaecer de Dn. Ricardo. Escrito catorce años después de «Palma satírico», descubrió muchas facetas de la vida y obra del tradicionista hasta entonces ignoradas u olvidadas. Porras confirmó que era posible ahondar en la materia mediante una acuciosa investigación, y quizá ya entonces se impuso la tarea de conocer a fondo la trayectoria de Palma y facturar una gran biografía, seguramente estimulado por las debidas a Angélica Palma y Luis Alberto Sánchez, las cuales dejaban ver sin esfuerzo los muchos ángulos oscuros que cabía iluminar27. Fue entonces que descubrió cómo la más sabrosa biografía de Palma «podría tejerse hilvanando los innumerables y constantes recuerdos autobiográficos que abundan en las Tradiciones»28.

«Palma romántico» es un estudio histórico amplio, no sólo de Palma sino de los románticos en general. Revela investigación documental y periodística, v. gr. los nombres de los padres de Palma, obtenidos de su partida de bautizo, que no menciona, como tampoco la calificación racial: «Sus padres -y vale apuntarlo, porque nadie lo ha hecho hasta ahora- fueron don Pedro Palma y doña Guillerma Carrillo, que ocupaban casa y posición modesta en la calle de Puno. El padre, que era santacrucista, vivió hasta la madurez de Palma. La madre murió siendo aún muy niño el tradicionista [...]» (p. 83). En tal sentido, fue la primera investigación palmista hecha en archivos, notándose también la fuente familiar -los hijos de Dn. Ricardo- y más de una inexactitud -v. gr. el equivocado nombre y la temprana muerte de la madre. En cuanto a la obra de Palma, precisa el romanticismo palmino, en poesía, teatro y prosa; sus características, esencia, etc.

En 1954 expresó que esta conferencia fue una de las dos principales contribuciones a la exégesis de Palma, «desde el punto de vista histórico-biográfico», en su centenario natal:

«En "Palma romántico" exhumé los nombres olvidados de los padres de Palma, poesías, artículos y hasta el único fragmento sobreviviente del drama "Rodil", incinerado por Palma en un auto de fe penitencial. El ambiente de la mocedad de Palma y de sus primeros ensayos poéticos y periodísticos recibió una primera luz escudriñadora [...]»29

Un espectador memorioso, para mí testigo privilegiado e historiador admirado, Guillermo Lohmann Villena, la ha calificado de

«[...] deliciosa conferencia [...], verdadera pieza maestra, en la que no se sabía qué admirar más: si la fina compenetración del orador encariñado con el tradicionista; el preámbulo inolvidable, atrevido y peligroso a la sazón, momento de graves turbulencias políticas, o la intrepidez de ciertas alusiones o citas textuales que podían acarrear al dicente serios disgustos»30.

«Palma y Gonçalves Dias» fue el tercer ensayo que Porras facturó estimulado por una pasajera residencia diplomática en Río de Janeiro en 193431. Destaca la relación amical de ambos escritores -Antonio Gonçalves Dias, notable poeta brasileño, despertó en Palma el entusiasmo por la poesía de Enrique Heine-, el viaje de Palma al Brasil, etc. La información que le franqueó Angélica Palma fue decisiva:

«Su carta del 14 [jul. 1934] ha sido un verdadero regalo. Con seguridad que si la pescan los futuros rebusxcadores [enmendado] de correspondencia la incorporan en las futuras antologías palminas. Es un verdadero [enmendado] doumento [sic] sobre la estada de Palma en el Brasil. El artículo que yo pensaba viene hecho. Toda mi técinica [sic] consistirá en atreverme a plagiarlo de buena manera. Denuncio de antemano el crimen»32.

Es también un ensayo el «Prólogo» que Porras preparó para el ya mencionado Epistolario publicado por la Editorial Cultura Antártica33. Se aprecia en él el reconocimiento de la importancia del acaecer vital palmino como parte insoslayable de su existencia total: «En Palma, una de las figuras cumbres del espíritu literario del Perú, interesan tanto como la obra, el hombre y su vida» (p. XIV), así como el valor de los documentos: «Estas cartas contribuyen a dar a conocer más íntimamente a Ricardo Palma, como hombre y como escritor» (p. XLV). Porras pasa revista a los principales temas que surgen de las cartas: la política y el liberalismo, España, la Academia de la Lengua, la Biblioteca Nacional, la literatura y las tradiciones, los libros y las ediciones, etc., etc., al lado de asuntos de naturaleza menos pública: el estado de la salud y la inevitable vejez, la familia y la vida doméstica, etc., etc. Sin embargo, errare humanum est, Porras sufre el engaño de dar crédito a todo lo dicho por Palma, como cuando afirma que su trayectoria política fue muy corta, reducida a su entusiasmo por José Gálvez, su participación en la revolución contra Castilla y en la de Balta, su labor secretarial al lado de éste y como senador, bien que no se priva de censurar sus excesos ni de expresar sus convicciones:

«Los jesuitas, el matrimonio civil, la separación de la iglesia y del Estado, la libertad de cultos, alucinadas banderas del liberalismo y quizás, a su hora, patrióticas y desinteresadas. A la distancia, podemos ver en qué paraba todo ello, en cosas que el propio Palma hubiera rechazado: en la disolución de lo hogares, el predominio de una moral utilitaria o de la amoralidad y en la puerta abierta a la invasión extranjera.»

(p. XXXV)

También me parece cuestionable decir que Palma acentuara su hispanismo a partir de su viaje a la península en 1892 (p. XLII), pues es sabido que su fracaso al proponer nuevas voces americanas a la Real Academia Española lo llevó a condenar acerbamente el conservadurismo de sus miembros.

Porras se siente bien en la España que vive, la franquista, y con tal carga afectiva interpreta a Palma: «Leídas desde España, estas cartas fijan la posición mental de un gran español de ultramar. Palma, con todos sus prejuicios de época en contra de España, abre la ruta de una nueva comprensión entre los pueblos de ambos lados del mar» (p. XLV). No advierte lo suficiente que las cartas fueron escritas en épocas diversas, y que por ende revelan cambios en las ideas y opiniones de su autor.

Viene a continuación «Un centenario romántico olvidado: (1852-13 de enero-1952) El estreno del "Rodil" de Palma», publicado en Letras Peruanas, revista de humanidades dirigida por Jorge Puccinelli34. Porras, merced a sus pesquisas periodísticas, supo cuándo se representó «Rodil», el drama que a Palma le suscitó mayores esperanzas y también el más grande desaliento en su breve cuanto juvenil carrera romántica de dramaturgo 35 Consta de una introducción sin título, «El drama histórico», «El "Rodil"», «Auto de fe o suicidio», «Fragmentos sobrevivientes», «Trama y figura del "Rodil"», y «Rodil, mito y símbolo», y fue escrito, sin conocer la obra, poco antes de su hallazgo por José Jiménez Borja en la Biblioteca del Club Nacional. Ganado otra vez por la pasión de reconstruir la historia, Porras sugiere su contenido con bastante acierto tanto como traza con mano experta el momento teatral limeño que contempló su representación. Los errores en que incurre son de poca monta, v. gr. hacer al General Mendiburu Ministro de Guerra de Echenique, cuando en realidad lo era Torrico (p. 40).

Después se ubica «El desafío del General Castilla», publicado en un suplemento especial de El Comercio con motivo del centenario de la revolución de 185436; fue la gran contribución de Porras -que extrañó la factura de otras- a dicha celebración. Se trata de un estudio sobre la verdad histórica de la tradición del mismo título, dividido en varias partes: «Entre la verdad legendaria y la verdad documental», «Anecdotismo e historia», «La tradición de Palma», «Las versiones en El Zurria [go] y El Murciélago», «La versión de los historiadores», «La documentación oficial. El Cónsul Saillard», «La versión de Saillard», «La controversia diplomática», y «La verdad histórica y legendaria».

Porras hace un meditado estudio del incidente que refiere Palma -el desafío del cónsul francés Saillard al Ministro de Hacienda General Castilla- a partir de testimonios éditos e inéditos, lo que le permite llegar a conclusiones lúcidas: «[...] en lo esencial la tradición es auténtica. Los desplantes de Saillard existieron de palabra y por escrito en diversas ocasiones [...]» (p. 30), y «la verdad tradicional del desafío de Castilla, es la cristalización de un anhelo político americanista y peruano de la época: el de mantener a raya a los representantes ofensivos de los imperialismos europeos» (p. 31). Además, se vale del análisis para hacer una apreciación general del método de trabajo de Palma y, en especial, de sus tradiciones castillistas:

«Palma siguió con respecto a Castilla la misma senda que en sus demás narraciones históricas. Se confió a su memoria y al rumor popular, caudalosos manantiales de inexactitud. Palma no revisó los periódicos ni buscó documentos para hablar de Castilla. Trató sobre todo de reflejar la imagen de Castilla que sus contemporáneos llevaron dentro, sin dilucidaciones librescas, mamotretos de pruebas, ni luces de candil, al aire libre de la historia.»

(p. 6)

Por cierto, la apreciación peca de generalidad, pues hay muchas tradiciones que revelan sustento documental y hasta cierta erudición. Tampoco es totalmente exacto lo siguiente, aunque, como casi todo lo escrito por Porras, reconozca algún apoyo:

«Antes de que surgiera una vida del caudillo, aparecieron las tradiciones de don Ricardo Palma sobre Castilla, que popularizaron los gestos y maneras de éste, sus frases refunfuñadoras, su filosofía campechana, sus gaffes ceremoniales, su cazurra reserva de estadista, y su desplante jovial y republicano.»

(p. 6)

También parece ser el primer estudio dedicado a una tradición37.

Aunque nada nuevo brindaron, debo citar sus Tres ensayos sobre Ricardo Palma (1954) por haber rescatado de los estrechos límites de la hemerografía los artículos «Palma satírico», «Palma romántico» y «Palma y Gonçalves Dias»38.

«De la autobiografía a la biografía de Palma» constituye sin duda el más penetrante trabajo de Porras en orden a esclarecer el acaecer vital de Palma39. Responde a un claro interés biográfico integral, y por lo mismo contiene una extensa valoración de la fuentes éditas e inéditas para reconstruir la existencia de su personaje, así como los apartados «Nobleza democrática» y «Familia y niñez». Sus conceptos son elocuentes:

«La biografía del tradicionista necesita ser aclarada y estudiada para calar los factores de la personalidad del escritor y de su obra. Sin el conocimiento veraz y puntual de las diversas etapas de la vida de Palma, sobre todo de las anteriores a su celebridad, de los años difíciles de la formación y sin la ubicación precisa de la situación familiar y social que hubo de afrontar, no cabe hacer disquisiciones como las que fraguan los maestros de la crítica superficial, sobre las características biológicas o morales de Palma. Su procedencia familiar y social, su infancia, las luchas de su juventud, sus azarosos días de marino, de periodista de oposición, de conspirador político y de desterrado, son casi desconocidos o apenas aludidos, en las reconstrucciones admirativas o en las tendenciosas semblanzas que de la vida de Palma se han hecho, por propios y adversos... De la reconstrucción auténtica de la vida de Palma, surgirán con sus contradicciones ineludibles, sus vacilaciones y sus congojas y con el triunfo final indeleble, la señera trayectoria moral del escritor hijo del pueblo, que se abrió paso, contra todas las conjuras, hasta ocupar el más alto sitial de la literatura patria y americana.»

(p. 1)

Porras rescata muchos apuntes autobiográficos para trazar la agitada existencia de Palma, pero también recurre a partidas parroquiales y notas periodísticas. Y hace memoria de sus propios hallazgos presentes en «Palma romántico», «que he completado en estos días, con los aportes sobre los antecedentes familiares de Palma y su vida juvenil, que di a conocer en la actuación de "Ínsula" de 6 de octubre de 1951 y se recogen en este estudio» (p. 14). Todo hace pensar que por entonces -1954- se hallaba empeñado en sistematizar sus conocimientos palmistas, quizá porque deseaba culminar las anunciadas «biografía de Palma y [...] edición de sus múltiples escritos olvidados, recogidos de periódicos peruanos y extranjeros del siglo XIX»40.

En el siguiente ensayo, «Palma y lo criollo», aparecido en 1955, Porras enfoca el folclor en la obra de Palma y, una vez más, revela una provechosa lectura de las tradiciones41. «En las Tradiciones hay refugiado y oculto un estupendo escritor de costumbres, acaso un gran novelista, creador de tipos de la farsa y del ambiente criollos[...]» (p. 9). Porras le reclama a Palma una obra mayor, una novela sobre personajes típicos de nuestro medio, v. gr. en el párrafo final:

«La digresión es larga, pero ella demuestra cómo en la juventud de Palma, por diversas influencias y circunstancias, por el ambiente romántico, por el abandono de los estudios históricos y también en parte, por cierta pereza característica, Palma dejó los caminos que hubieran podido llevarle a la creación de una gran novela de la vida peruana, con sus personajes arquetipos y deshumanizados, nutridos por la savia popular, y prefirió hacer la epopeya histórico-cómica del Perú.»

(p. 17)

El reclamo, fundado o no, hace ver, quizá por primera y única vez, cierta disconformidad o insatisfacción ante la obra palmina. No obstante reconocerle grandes méritos, el crítico nacionalista exige algo más...

Como vecino ilustre de Miraflores, Porras debió de ser requerido para colaborar en una publicación oficial destinada a relevar el centenario distrital- el Álbum centenario de Miraflores. Enero 1857-1957- donde apareció su «Don Ricardo Palma entre el periodismo, la historia y la política. (Fragmento de una biografía)»42. En efecto, se trata de un trozo de la biografía palmina que por entonces concitaba su atención, el referido a los años 1863-1864, época de intensa labor publicística y política. Porras emplea fuentes periodísticas limeñas y, gracias a ellas, constata, entre otras cosas, cómo Palma no fue precisamente veraz cuando dio cuenta de su primer viaje a Europa, falta que también descubre en la biografía escrita por Angélica...

Porras murió sin dar cima a sus investigaciones palmistas, pero dejó inéditas algunas páginas muy logradas, las cuales han dado lugar a la publicación de los siguientes trabajos.

«Ricardo Palma, colegial de San Carlos»43, cuyo anónimo encabezamiento precisamente lo presenta como capítulo inédito de un trabajo de Porras, consta de una primera parte sobre la materia del título seguida de otras dos que no se relacionan con él: «Romanticismo y política» y «Poeta civil y romántico». En aquélla, Porras defiende con abundantes pruebas la condición carolina de Palma, pero se equivoca cuando afirma que «fue rigurosamente fiel en sus remembranzas autobiográficas» (p. 33); en éstas, se ocupa de la escuela romántica peruana y de la variada producción poética de Palma, desde sus primeros hasta sus últimos versos, en especial de los contenidos en sus poemarios Armonías, Pasionarias, etc.

Y «Palma periodista»44, presentado en nota editorial como artículo inédito, pero en realidad publicado parcialmente (pp. 26-30), con pequeñas variantes, como el ya citado «Don Ricardo Palma entre el periodismo, la historia y la política...» Consta de una primera parte sin nombre a la cual le viene bien el título, «Conspirador y proscrito» y «Periodismo, historia y política», las cuales no son otra cosa que la biografía palmina presentada por periodos: 1848-1860, 1861-1862 y 1862-1864, respectivamente, según su particular acaecer. Palma se nos ofrece como ciudadano, marino, periodista y político, antes que como literato, y así las tres partes se eslabonan y conforman sendas y noticieras secciones del inconcluso esfuerzo biográfico que les dio origen. El trabajo permite apreciar, una vez más, el talento de Porras, presente en la pintura de época, las calas al medio político limeño y, sobre todo, la profunda percepción de las inquietudes e ideales de Palma, visto en sus actividades periodísticas liberales, la relación con Castilla, su desempeño marinero, el exilio en Chile, etc., etc., dejando de lado, en alguna medida, el interés por los aspectos literarios.

Destaca la provechosa rebusca en periódicos y revistas de Lima, v. gr. la primera edición de «Don Dimas de la Tijereta». Sin embargo, no está libre de apasionados errores, como éste: «El primer periódico en que escribe Palma, y aun dirige, es uno titulado El Diablo, que publica en Lima, a fines de 1848 cuando aún no había cumplido los dieciséis años» (p. 6); aunque Porras consultó el impreso, no hay base para atribuirle la dirección, sí alguna participación. Reparo extensivo a otros trabajos, y que hoy motivaría críticas de toda laya, es la falta de suficientes referencias bibliográficas y hemerográficas, así como de notas.

A la gentileza de Jorge Puccinelli debo el conocimiento de «Don Ricardo Palma», fotocopia mecanográfica de 27 páginas que cabe presentar en dos partes: la primera, hasta donde se me alcanza inédita, en la que las tradiciones y el papel literario de Palma son la materia principal, con los epígrafes siguientes: una introducción sin título, «Difusión y prestigio», «Apariencia y esencia», «El casticismo de Palma», «Americanismo y romanticismo», «La sensibilidad novecentista», «Voces desacordes», y «Perú indiviso y liberal»; y la segunda, incompleta, que no es sino el ya édito «De la autobiografía a la biografía de Palma», con algunas variantes.

Balance ad referendum

Palma no fue el primer peruano estudiado por Porras (antes estuvieron Manuel Atanasio Fuentes, José Casimiro Ulloa, Felipe Pardo y Aliaga, Pablo de Olavide, Enrique Alvarado, a quienes dedicó someras notas en la revista estudiantil Alma Latina, y sobre todo José Joaquín de Larriva, quien le mereció extenso trabajo para concurrida conferencia del Conversatorio Universitario45), pero sí el que concitó su atención a lo largo de toda su vida intelectual. En efecto, data de 1919 su primer trabajo palmista, y corresponden a los últimos años de su fecunda existencia los apuntes sobre Palma periodista y estudiante de San Carlos. Antes pues que los cronistas y las crónicas, o que Pizarro y el Inca Garcilaso, o que las fuentes históricas peruanas, fue Palma el motivo de su preocupación historicista, la cual perduró tanto como para acompañarlo hasta el fin de sus días. Eso sólo se explica por un afecto entrañable, hondo y sincero, además de una enorme admiración al hombre hijo del pueblo que alcanzó con su esfuerzo el lugar más alto de nuestra literatura. Sin embargo, hay que decir que se juntaron dos circunstancias para hacer más feliz sus inicios palmistas: el haber puesto sus ojos en los satíricos peruanos, i. e. Fuentes y Larriva, para estudiarlos a fondo, y el deceso de Palma, el que conceptuaba el más grande de todos, precisamente por ese tiempo.

Como hemos visto, Porras proyectó escribir una biografía de Palma que nadie como él podía plasmar dado su vasto conocimiento de las fuentes y, en general, del siglo XIX, y que ya en 1927 le había reclamado a Angélica Palma -«este sencillo ensayo biográfico [...] compromete a su autora a escribir, sobre el mismo tema cordial, el libro extenso y documentado que merece la vida del más auténtico de nuestros valores literarios»46. A propósito, Porras se identificaba con esa centuria, en la que brillaran sus ascendientes más calificados y seguramente hallaba el aire limpio y puro que le costaba encontrar en la suya propia. Sabido es que en todo historiador hay cierta dosis de pasadismo, y que es nota universal que el espíritu busca recrearse en el tiempo, admirado e idealizado, que colige mejor.

Los estudios palmistas de Porras admiten una división cronológica con fines analíticos:

a) 1919-1945, periodo en el que destacan los ensayos «Palma satírico», «Palma romántico» y «Palma y Gonçalves Dias», los cuales atienden a aspectos relevantes de la obra de Palma -la sátira y el romanticismo- y a una relación amical, pasajera pero fecunda, con un bardo brasileño. Predomina el interés literario sobre el biográfico, pero el historiador que bulle en Porras va abriéndose paso en busca de episodios desconocidos, fuentes inéditas y datos cada vez más precisos.

b) 1949-1960, años en los que vieron la luz y/o se plasmaron -además del prólogo al Epistolario, la «Bibliografía de Ricardo Palma» y un par de trabajos específicos- algunas piezas de la inacabada biografía integral de Dn. Ricardo: «... El estreno del "Rodil" de Palma», «De la autobiografía a la biografía de Palma», «Don Ricardo Palma entre el periodismo, la historia y la política...», «Ricardo Palma, colegial de San Carlos» y «Palma periodista».

La división permite advertir la clara tendencia hacia el campo histórico-biográfico, con pleno conocimiento del marco temporal, así como la postergación de los intereses estrictamente literarios. Cabe decir, sin embargo, que Porras nunca realizó un análisis literario desasido de la impronta historiográfica; es más, sus primeros ensayos bien merecen el encuadre de historia literaria.

Es pertinente preguntarse cuál fue el sustento del palmismo de Porras. Las respuestas no son elusivas: el ejemplo de su admirado Riva-Agüero, también rendido lector de Dn. Ricardo; la amistad con los hermanos Palma Román, sus vecinos47; su concepción romántica de la historia48, en virtud de la cual cultivaba una profunda vocación biográfica; sus primordiales preferencias de investigador histórico-literario; y, sobre todo, los méritos que ante su particular análisis acumulaba Palma: el neto carácter peruano, representativo, de su obra, que satisfacía su preocupación por determinar la personalidad nacional, de lo que provenía su identificación con el cazurro escritor, a quien consideraba constructor de la nacionalidad peruana y ejemplo a seguir49. A tales factores se agregaban algunos rasgos del carácter, y por ello Guillermo Lohmann Villena descubre una afinidad espiritual y Luis Jaime Cisneros señala cómo Porras, al igual que Palma, también fue hombre de prerrogativas y agudeza, don frecuente de su conversación y sus escritos.

Jorge Guillermo Llosa piensa que Porras estudió a Palma y a Fierro porque representaban el original mestizaje limeño de indígenas, blancos y negros, porque eran figuras limeñas tradicionales50. A propósito, Porras escribió en 1935: «La ciudad -ya lo sabéis- la fundaron en colaboración don Francisco Pizarro y don Ricardo Palma»51; lo cierto es que unió en indisoluble y perfecto connubio, magistralmente, a la ciudad y su tradicionista:

«Añorando y riendo escribieron los más auténticos limeñistas, los intérpretes y los evocadores de la ciudad, aquellos por quienes ésta vive en la historia y en la literatura. El más glorioso de todos, el que unió en más sutil alianza tradición e ingenio, lo perdurable y lo efímero del alma limeña, fue don Ricardo Palma. Se confunden de tal modo su picardía con la picardía de la ciudad, la tradición que él noveló con la historia auténtica, que no se sabe ya con fijeza si fue la ciudad la que lo forjó malicioso, o si él le ha prestado su endiablada travesura, si las tradiciones relatan sucesos que pasaron en Lima o si transcurrieron tan sólo en el Virreinato de gracia de su fantasía».52

De tal modo, estudiar a Palma fue también una manera de concretar su limeñismo, de perfeccionar su entrañable amor a Lima. Pero la obra de Palma, aunque fundamentalmente limeña, refleja al país entero, bien que a través del cristal capitalino, criollo, costeño; así, para ilustrar sus clases de Historia del Perú en el Colegio Alemán, Porras empleó las tradiciones de Palma, según testimonio de su alumno Lohmann Villena:

«Manifiestos revolucionarios [...], tradiciones de Palma, poesías románticas [...], editoriales periodísticos, fragmentos de libros de viajeros, en suma, todo un variopinto surtido de elementos informativos se ponía a nuestro alcance y nos transportaba de un modo plástico a los tumultuosos tiempos de los "cierrapuertas" y los cuartelazos, de las estampas del "Niño Goyito" y de las truculencias del motín de los hermanos Gutiérrez [...]»53

Pero si Palma se le ofrecía provechoso en las clases de historia, obviamente en las de literatura constituía un tema preferido. Bien dice Luis Jaime Cisneros que ante Porras la obra de Palma significaba de algún modo la alianza de la historia con la literatura, el gusto por la lengua y el documento, la audacia de la imaginación y el cachondeo, la solidaridad con el hombre campechano del pueblo, etc.:

«Palma era la tradición, y en la tradición estaba la mejor raíz de limeñismo. El acercamiento era esperable. Y resultó fecundo para la cultura peruana. Los estudios penetrantes que Porras dedicó a don Ricardo, a pesar del sello juvenil, tienen la madurez que suele dar la inteligencia serena y acuciosa»;

por lo mismo, la visión integral de la patria que proponen las tradiciones tenía que hallar eco propicio en Porras54.

A los ya referidos méritos de los trabajos palmistas de Raúl Porras añádense por vía de suplemento o ampliación: los temas y análisis novedosos que ensanchan el caudal del saber positivo -la formación cultural y humana: orígenes, primeros pasos, ambiciones, dudas, ideales, etc.; el empleo de fuentes primarias (partidas, cartas, etc.) y periodísticas que nadie había utilizado; las hondas calas a la psicología criolla de Palma, quizá inigualadas en penetración y agudeza; la lectura sagaz y sugestiva de su poesía y prosa; la interpretación aguda y justa de algunos episodios y fases de su trayectoria vital...

En fin, podríamos preguntarnos por qué Francisco Pizarro, el Inca Garcilaso de la Vega y Palma fueron sus personajes preferidos, vale decir los que le merecieron más tiempo, empeño y estudio entre los muchos que enfocó, y contestarnos con plena certeza: porque para él encarnaban la fundación de la peruanidad, asunto que revistió la mayor importancia -el carácter esencial- en su labor de historiador. No fue pues adjetivo en su ejercicio profesional poner los ojos en quienes calibraba fundadores, que es decir también creadores, del Perú y de la nacionalidad peruana. Y así como la exaltación del pasado patrio inspiró sus mejores páginas, la glorificación de sus más altas cimas humanas fue parte principal de su programa. Todo ello hace más fácil entender por qué su obra, a pesar del tiempo inexorable, sigue transmitiendo esencias caras al sentir y al pensar de las nuevas generaciones de peruanos.

Documentos y reseñas

Otra vez Galdós y Ricardo Palma243

Robert Ricard

Ricardo Palma apenas habla de Galdós en los interesantes Recuerdos de España que figuran después de las Tradiciones peruanas en la recopilación de la Editorial Aguilar. Sin embargo, su admiración por el gran novelista canario no deja lugar a dudas. El 5 de noviembre de 1896, en una carta a Aníbal Galindo, declara que, «entre los prosadores o prosistas de España, son Pérez Galdós y Pereda mis predilectos» (op. cit., p. 1540 b), y, unos años más tarde, a principios de 1901, hace un gran elogio de Galdós en una carta a Rafael Altamira, aunque reconoce que, literariamente, Electra tiene unos lados muy endebles (ibid., p. 1545 a-1547 a). En fin, tenemos de él una carta dirigida al mismo Galdós desde Lima, 25 de agosto de 1903 (ibid., p. 1548) y otra a Rafael Calzada, 4 de enero de 1917, en la que dice «mi amigo» hablando de Galdós (ibid., p. 1555). Estas últimas cartas contienen acerca de la actividad literaria de Galdós unos detalles que, salvo equivocación, no he visto en otra parte. En la primera, Palma expresa su satisfacción de que Galdós haya casi terminado «el drama sobre argumento peruano» (p. 1548 b).244 Debemos creer que la obra iba menos adelantada de lo que se figuraba, pues, en la otra carta, la de 1917 a Calzada, dice que Galdós, a causa de su mala salud, ha desistido de escribir «un drama peruano» sobre el tema de una tradición suya, y que Eduardo Marquina se ha encargado de escribirlo en su lugar (p. 1555 b). De hecho, Marquina era también gran admirador de Galdós,245 pero parece que tampoco escribió el drama peruano. A decir verdad, leemos entre sus obras un drama cuyo argumento pertenece a la historia del Perú colonial. Es el titulado En el nombre del padre.246 Mas no creo que sea éste el drama de que habla Ricardo Palma en sus cartas. En primer lugar, porque dicho drama de Marquina data de 1935-1936,247 y resulta por lo tanto muy posterior a la muerte de Galdós a principios de 1920. En segundo lugar, porque el argumento no procede de las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma. En su drama, Marquina lleva a la escena un conflicto entre el minero Fernán Bustos y su hijo Juan Bustillos, mestizo nacido de la india Dona Solís. No he hallado nada de esto en las Tradiciones del famoso «costumbrista». De modo que ni Galdós ni Marquina escribieron el drama peruano que era la ilusión de Ricardo Palma. Galdós terminaba así la carta que dirigía el 12 de octubre de 1901 al escritor de Lima: «A mediados de noviembre, ya estaré en Madrid a bofetadas con las tradiciones peruanas, de las cuales he de sacar drama o perecer en la demanda».248 Vemos ahora que ¡ay! pereció en la demanda. Marquina tuvo más suerte. No pereció, pero si escribió otra obra, que Ricardo Palma no pudo conocer.

París

Palma y Torres Caicedo: una amistad literaria

Oswaldo Holguín Callo

Entre las múltiples facetas de la obra escrita de Ricardo Palma, aquella que toca a la crítica literaria no ha sido aún materia de estudio exhaustivo1. Tampoco ha merecido especial análisis la crítica que, como autor múltiple y prolífico, le corresponde en la historia de las letras peruanas. No es sólo análisis, previo recuento o inventario, lo que hace falta. En realidad, toda crítica refleja un mundo interior-exterior que no debe ser postergado al momento de apreciar, con mayor o menor profundidad, los criterios, valores y vivencias más o menos evidentes, más o menos velados, puestos en juego al momento de construirla y ofrecerla a la consideración pública. La estética desempeña entonces un papel importante, pero también l'esprit du temps que, muchas veces sin proponérselo, nos lo hacen conocer los señalados por la sociedad para transparentar sus producciones. Y no se diga nada del acercamiento logrado, no obstante las diferencias, entre el crítico y el autor sometido a su examen. En el presente trabajo presentamos dos importantes críticas pioneras, de y a Ricardo Palma, labradas en 1863.

José María Torres Caicedo (1830-1889), político, periodista, diplomático, poeta, crítico, etc., colombiano, ejercía al promediar el siglo XIX, en París, un papel único y encomiable: el de propagandista de las nuevas inteligencias hispanoamericanas, no pocas de ellas románticas, surgidas en el vasto campo de las letras. En su carácter de redactor principal de El Correo de Ultramar, importante revista parisiense cuya «parte literaria ilustrada» en español circulaba con profusión en el Nuevo Mundo hispanohablante, se había propuesto la noble tarea de exaltar los valores individuales que la comunidad de pueblos americanos de ancestro ibérico presentaba al mundo como signo de madurez intelectual y, en lo posible, de personalidad propia. Cierto es que ésta trasuntaba mucho de lo que la vieja Europa, cabeza de la civilización occidental, señalaba como norte a los demás continentes, pero también que cada día notábanse mayores bríos en las excolonias de España para alcanzar una auténtica y original vía de expresión literaria. El Modernismo, con el correr de los años, encontrará el camino, mas no se debe olvidar los legítimos esfuerzos que lo antecedieron.

Torres Caicedo hizo la crítica de numerosos escritores hispanoamericanos, entre ellos dos peruanos: Manuel Nicolás Corpancho2 y Ricardo Palma. Y en sus últimos años firmó, al lado de las mejores plumas de Francia, un memorial en favor del innovador Nicanor A. della Rocca de Vergalo3. En 1863 dio a la estampa un volumen de poesías bajo el título de Religión, Patria y Amor4. Palma, de regreso en Lima después de su exilio en Chile, le dedicó un afectuoso artículo crítico en El Mercurio, diario en el que ejercía el periodismo5. Se trata de una importante página en que resume sus criterios poéticos, no exentos de compromisos políticos, y que hasta hoy ha permanecido al margen de cuantos repertorios bibliográficos existen. Palma aplaude el tono positivo de los versos de su colega y, a propósito, censura a los poetas lacrimosos y fatalistas, a quienes niega el derecho a la gloria porque ésta «no corresponde sino a los que siembran el bien». Empero, reprocha a Torres Caicedo el haber incluido en el libro una composición dedicada a la Emperatriz Eugenia, pues en su concepto era incompatible con los principios republicanos «tributar elojios [sic] a quien lleva sobre sus sienes una corona» (anejo I). El reproche, expuesto con bien meditados términos y, sin duda, harta buena fe, mereció una carta aclaratoria del vate neogranadino que también apareció en el citado periódico6. Hallamos ahí, por cierto, la gratitud debida al crítico (sus términos traslucen sencillez y sinceridad), pero también el desacuerdo, alturado y sereno, ante dicha censura. Torres Caicedo creía que las buenas acciones debían ser elogiadas sin importar quién las realizara. La esposa de Napoleón III había demostrado un singular desprendimiento al renunciar en pro de un orfanato un collar de perlas que le obsequiaba la ciudad de París. ¿Por qué razón no había de ensalzar semejante acción? En tono polémico aunque extremadamente atento, Torres Caicedo menciona a algunos caudillos americanos, «presidentes republicanos», para contraponerlos a renglón seguido a distinguidos monarcas del Viejo Mundo, para quienes «con más gusto preferiría hacer cantos...» (anejo II). No conocemos réplica palmina, que seguramente no la hubo dadas la fuerza y la lógica desapasionada de los argumentos pro domo de su ilustre corresponsal.

Producido así un intercambio epistolar respetuoso y fraterno, debemos pensar que Palma solicitó de Torres Caicedo una crítica a su obra como escritor. El artículo respectivo apareció, a fines de 1863, en el número 560 de El Correo de Ultramar, del cual lo tomó El Mercurio limeño a instancias, sin duda, del joven periodista sometido a examen7. El crítico confiesa haber conocido a Palma a través de su paisano Julio Arboleda, brillante escritor y notable político que residió en Lima algún tiempo8, mas el cúmulo de datos biobibliográficos que consigna sólo puede tener por origen al propio interesado. El artículo es, en síntesis, un interesante y bastante completo retrato literario del autor de las Tradiciones peruanas a los escasos pero intensos treinta años. Refiere de pasada su labor periodística y como autor teatral (ésta, sólo para negarla, haciéndose eco de la autocrítica palmina), y, como debía ser, se extiende en el análisis de su poesía y de sus crónicas o leyendas (las futuras tradiciones), sin duda alguna lo más logrado y relevante de su miscelánea producción literaria. Entre los poemas, Torres Caicedo menciona algunos aparecidos en su primer volumen de versos9, de los cuales cita varias estrofas de «Flor de los cielos», así como otros posteriores de sus aún no recogidas en volumen Armonías (entre ellos dos traducciones de Víctor Hugo), que también reproduce con generosidad10. «La querida del pirata», «Lida», cuyo argumento resume11, y «Justos y pecadores», que más adelante le será dedicada12, son las crónicas a las que dedica particular atención y, por cierto, singular elogio. Bien dice, en fin, el crítico colombiano: «Palma, hijo de sus obras, se ha labrado una posición a fuerza de inteligencia y de laboriosidad...» (anejo III), aserto que nos trae a la memoria el verso «Hijo soy de mis obras. Pobre cuna / ...», escrito por don Ricardo, a la sazón indiscutido talento nacional, en 187713.

La crítica de Torres Caicedo es acertada en líneas generales (intuye, v.gr., el gran futuro como narrador que le aguarda a su colega limeño), mas parece no advertir que el tono satírico o irónico de la poesía palmina no es fingido ni se debe sólo a una descubierta admiración imitativa de la de Espronceda. En realidad, hay mucho de criollismo limeño tras la burla de que están imbuidas las mejores versadas escritas por don Ricardo.

Palma, nombrado Cónsul en el Para, viajó a Europa, en tránsito a su destino, a mediados de 186414. Su encuentro con Torres Caicedo está relatado en una carta al mexicano Francisco Sosa, quien había hecho una necrología de aquél:

«Antes de ir yo a Europa sostenía correspondencia con Torres Caicedo, que era por entonces director [sic] de El Correo de Ultramar. Desde Londres le escribí yo a París anunciándole el día y hora en que debía llegar yo a esa capital, y me contestó que me esperaría en la estación del ferrocarril, pues deseaba que comiésemos juntos el primer día de mi permanencia en París. Aquí empieza el romance. Llego a París a las cinco de la tarde, no encuentro al amigo en el lugar de cita, envío mi maleta a un hotel, tomo un coche y doy la dirección rue Saint Lazare, que era la de Torres Caicedo. Llego, me recibe un criado con aire sombrío, le pregunto por su patrón, me contesta que se halla en casa pero que no está visible. Contéstole con cierta petulancia: "Para mí no está invisible; pásele esta tarjeta". Vacila el criado, pero, al fin, me obedece. Un minuto después sale un hombre joven y se arroja llorando en mis brazos, y sin decirme palabra me conduce a otra habitación. En ella, alumbrado por cuatro cirios, estaba el cadáver de una joven de 22 años. No necesité explicaciones para adivinar lo que pasaba. Era la amada de Torres Caicedo, que había muerto casi repentinamente seis horas antes. Torres Caicedo, que no fue jamás libertino, había sido el primer amor de esta niña, con la que vivía conyugalmente hacía tres años. Según sus retratos, era una bellísima criatura, hábil pianista y no menos hábil pintora. Torres Caicedo me contaba después que, a haber tenido un hijo en ella, se habría casado sin vacilar. Mi amigo estuvo más de seis meses inconsolable.»15

Los versos que Palma escribió en memoria de Genoveva de Charny, la infortunada joven, aparecieron en sus Armonías. Libro de un desterrado, el volumen de poesías que le publicaron en 1865 los editores parisienses Rosa y Bouret, y para el cual Torres Caicedo, a manera de prólogo, hizo una síntesis de su referida crítica enriqueciéndola con nueva información sobre la ya importante obra narrativa del autor16. No parece aventurado suponer que Torres Caicedo ayudó a Palma a obtener el citado respaldo editorial tanto para sacar a luz aquel libro como el también poemario Lira americana, compilación debida asimismo a su amigo limeño17. En éste y otros aspectos, el apoyo del polifacético neogranadino, vastamente reputado en la capital de Francia, debió ser muy importante. Por ello, y por las singulares prendas personales que lo distinguían, Palma escribirá en la mencionada carta a Sosa: «Torres Caicedo era más bueno que el pan tierno. Nobilísimo corazón y robusto cerebro. La noticia de su muerte me impresionó infinito. Era uno de mis más queridos amigos literarios...»18.

Torres Caicedo reprodujo su crítica a Palma, en 1868, en la «Segunda serie» de sus Ensayos biográficos y de crítica literaria...19. A su vez, Palma le dedicó la tradición «Justos y pecadores» en la primera serie de sus celebérrimos relatos, publicada en 187220, y en 1889, a raíz de su muerte, cúpole de seguro algún papel en el homenaje que le tributó El Perú Ilustrado de Lima21. Dos años atrás, al incluir sus «Armonías» en el tomito que, expurgada y selecta, recogió su obra poética, había introducido algunas variantes en el prólogo ya referido22.

Sin duda, no son éstas las únicas huellas de la fecunda amistad literaria que unió a ambos escritores hispanoamericanos. La investigación que se realice en el futuro merced a mejores fondos bibliográficos (colecciones menos incompletas de revistas, sobre todo), aportará nuevas luces y permitirá distinguir con precisión los perfiles de una época aún no suficientemente estudiada pero de indudable trascendencia en el desarrollo de la literatura de nuestras repúblicas. Palma y Torres Caicedo, activos y constantes propulsores del americanismo, cumplieron entonces la noble misión de estrechar los lazos entre los pueblos americanos que alguna vez pertenecieron a la Corona de Castilla. Ello aporta a su amistad un valor que supera lo circunstancial y lo anecdótico.

Anejos23

[I]

Poesías del Sr. Torres Caicedo. (1 vol. 4.º París. 1863)

En medio del torrente de versos que envían a la América las prensas europeas, pocas veces ha llegado hasta nosotros una colección de poesías verdaderamente digna de ser recomendada a la juventud que con tan brillantes dotes se consagra en Lima al cultivo de las musas. Grato nos es hoy hacer una excepción en favor del volumen que con el título Religión, Patria y Amor, acaba de publicar en París nuestro amigo el joven granadino don José María Torres Caicedo. ¡Ojalá nuestras fuerzas nos permitieran revelar la significación real de ese libro y asignarle el alto grado de merecimiento a que en nuestro concepto es acreedor!

Dios que en la armonía infinita y misteriosa de los mundos ha esparcido las manifestaciones de su grandeza, creó también seres privilejiados para cantarlas. Por eso él principal elemento poético es la naturaleza. Mirad el cielo nebuloso de la vieja Inglaterra y tendréis poetas sombríos como Shakespeare y Milton. Contemplad el transparente azul de los horizontes de la Italia y sus poetas se llamarán Tasso o Manzoni. Mirad el firmamento de la Alemania y sus poetas se llamar án Goethe o Schiller. La índole de la poesía cambia en todos los pueblos según son más o menos magníficos sus mares y sus montañas, la vejetación de sus campos y el azul de su cielo, sin que por esto se piense que negamos la influencia que es justo acordar a la historia, -al sentimiento religioso y a las instituciones. El cristianismo crea por escelencia poetas así como la idea liberal mártires; y en todo martirio hay por lo menos la poesía de la abnegación.

El señor Torres Caicedo ha tomado su inspiración en todo lo grande, en todo lo bello. Su poesía no es de aquélla rimbombante y palabrera que se evapora siempre en lacrimosas endechas. Poco o nada interesan a la humanidad las desventuras rimadas ni cumple al poeta ostentar de continuo un dolor que lleva el sello de la falsificación. Disculpamos que alguna vez la hiel que rebosa del espíritu se exhale en armonías; pero no aceptamos que el tedio, la amargura y la desesperanza constituyan el carácter distintivo de un poeta. Algo de más noble hay derecho para exijirle especialmente en América y por lo mismo que nuestro siglo es de escepticismo, necesita que se le hable con la unción de una fe sólida. Poetas que dudan de la amistad y del amor, a quienes todos los amigos han traicionado y todas las mugeres han sido infieles, poetas que emponzoñan con la duda el corazón de sus lectores, poco derecho tienen a la gloria porque la gloria no corresponde sino a los que siembran el bien.

El señor Torres Caicedo lo ha comprendido así, revelándolo con sobrada claridad en las páginas de su libro. Poeta cristiano, su composición «Filosofía» es un cántico de amor que la creación eleva al Creador. Pero en el género en que más resalta su talento es cuando desciende a contemplar la nada de nuestra frájil existencia. ¡Cuánto lujo de lirismo, cuánta verdad y cuán melancólico sentimiento encierra la poesía que ha titulado «Olvido»! Juzgue el lector por este admirable fragmento que de ella tomamos:

«Es la vida una palmera

Ajitada por los vientos;

Es una hoja desprendida

Y arrastrada por el suelo.

Afectos y paz y dicha

Nos dan los años primeros;

Pero vuelan presurosos

Sobre las alas del tiempo.

Ráfagas puras, brillantes,

Nos seducen un momento...

Mas al volver la mirada

En la oscuridad nos vemos.

Cual la bruma de los mares,

Cual visiones del desierto,

Cual aroma de los campos,

Cual el humo del incienso,

Así la hermosura pasa

Y ese conjunto tan bello

Que el alma nos seducía

Presto lo destruye el tiempo.

Al olvido van volando

Placeres, glorias, proyectos,

Y el matador desengaño

Es el fin de tanto anhelo.

Una lámpara es la vida

Que arde fuljente primero

Y luego su luz estingue

Al leve soplo del viento.»

Las bellezas de este romance están muy en transparencia para que nos detengamos en analizarlas. Poeta, y de alto vuelo, es indudablemente quien así tiene la fortuna envidiable de sentir y de expresarse.

El poeta en América tiene por desgracia que entrar con frecuencia en el escabroso terreno de la política militante o de partido. El Sr. Torres Caicedo ha pagado también su tributo a esa fatalidad, perdónesenos el calificativo; pero en medio de su entusiasmo no hay encono para con los que profesan doctrinas opuestas a las suyas y sus inspiraciones políticas son, más que cantos de guerra y esterminio, himnos de paz y de concordia.

Al terminar este artículo nos es sensible tener que dirijir un reproche al bardo granadino, reproche tanto más sincero cuanto que la amistad que a él nos liga nos autoriza para ser francos. Además, abrigamos sobrada fe en su ilustración para presentir que no se ofenderá por lo que haya de acritud en nuestro humilde juicio.

Hay en su libro una composición que habría ganado mucho el poeta con suprimirla. En la obra de un americano está deplacée y sólo figuraría con brillo al fin de uno de los panfletos del vizconde de la Gueronière. Aludimos a los versos dedicados a la Emperatriz Eugenia. Si concedemos que el poeta deba ser galante con las damas, negamos que sea compatible con su altivez y severidad de principios tributar elojios a quien lleva sobre sus sienes una corona. Háganlo en buena hora los que han nacido mirando las gradas de un trono y que tienen cruces y cintajos a que aspirar; pero no los demócratas de buena ley; no el que, como el señor Torres Caicedo, ha visto iluminada su cuna por el esplendente sol de la República y que, in fatigable soldado de la prensa, sirve hace años y en el centro mismo de la Europa monárquica, a la buena causa americana, a la causa de los pueblos libres.

Lima, setiembre 17 de 1863.

Ricardo Palma

(En El Mercurio, Lima, miércoles 23 set. 1863, año 1, 278, p. 2, cols. 12, sec. «Literatura»).

[II]

[Carta de J. M. Torres Caicedo a Ricardo Palma. París, 15 nov. 1863]

Al Sr. D. Ricardo Palma.

París, 15 de noviembre, 1863.

Mi querido amigo:

En el núm. 272 [sic] de El Mercurio de Lima, diario digno de la pluma de U., he visto el artículo con que U. me honra al ocuparse en el examen de mis versos. La benevolencia, dice M. de Lamartine, es la mejor de las inspiraciones; y U. ha sido muy benévolo conmigo.

Ese artículo, en que U. me hace tanto favor seguramente para estimularme en mis trabajos, me ha sido muy grato, porque viene de un americano y de un poeta de alta inspiración. Si para siempre no hubiera roto mi lira, como es de uso decir, me de dicaría a hacer versos para corregir los muchos defectos de que adolecen aquellos ensayos de mi primera juventud; y me consagraría a la gaya ciencia para ver si produciría algo que fuera digno de la aprobación de U.

Al dirigir a U. estas líneas, no es sólo con el objeto de manifestar mi gratitud por la generosidad con que ha visto mis escritos, generosidad propia de un literato que tiene conciencia de su mérito, sino también para contestar a un cargo que U. me hace con el tono más amistoso y el lenguaje más culto. Créame U. que desearía tener otras conviccciones para decir el mea culpa y someterme al fallo respetable de U. Pero no siendo así, pido a U. permiso para contestarle, reconociendo la sinceridad de sentimientos que a U. han dictado esa crítica.

U. se asombra porque un republicano haya cantado a la Emperatriz de los franceses. «Un poeta, dice U., debe ser galante con las damas, pero negamos que sea compatible con su altivez y severidad de principios tributar elogios a quien lleva sobre sus sienes una corona».

Por mi parte, pienso que se deben ensalzar las buenas acciones que sean ejecutadas por los que visten la púrpura o por los que apenas pueden cubrir su cuerpo con harapos; por el que empuña un cetro, o por él que apoya la mano sobre la esteva del arado.

¿Por qué no es compatible con el republicanismo hacer el elogio de la virtud?

Si los vicios de un rey vician su gente, como dice Espronceda, las virtudes de un rey alzan su gente. Y más aún si quien practica la acción virtuosa es una dama que ciñe una corona, porque el buen ejemplo partiendo de arriba obra con más fuerza y es más conocido.

La Libertad es la Justicia, y sería injusto y nada liberal no elogiar una buena acción porque había sido ejecutada por una dama que se sienta sobre un trono. ¿Dejaría U., mi querido amigo, de cantar las virtudes de Isabel la Católica, de Isabel de Hungría, de San Luis, o las hazañas y nobles hechos de un Carlos XII, de un Gustavo Adolfo, de un Víctor Manuel? Precisamente cuando hice esos versos, los poetas españoles residentes en París consagraron su lira a la Emperatriz Eugenia; pero los más cantaron a la Emperatriz como Emperatriz, y no una acción ejecutada por ella. Yo tuve buen cuidado de repetir en mis versos que seguía otro rumbo, y como la Emperatriz acababa de renunciar un collar de perlas con que la obsequiaba la ciudad de París, y ordenaba que el valor del rico presente se dedicara a fundar un hospicio para los huerfanillos y los niños pobres, puse en boca de una madre el elogio a «La Caridad».

Mi Musa (puesto que de dama tan traviesa se trata) no ha tenido acentos de elogio sino para Bolívar, Ricaurte, Policarpa Salavatierra, Córdova; pero le aseguro a U. mi dulce poeta, que con más gusto preferiría hacer cantos en loor del rey de Italia, de Bélgica o Portugal, que consagrarlos a presidentes republicanos del jaez de Rosas, Mosquera, Monagas, Belzu, H. López.

Ésta es mi convicción, y tal vez no esté U. lejos de pensar como yo, si medita U. un poco y no se deja arrastrar por los arranques generosos de su corazón republicano.

El poeta argentino, y U. sabe que era muy republicano, Rivera Indarte, dedicó un canto, nos dice el señor D. Juan María Gutiérrez, al Emperador del Brasil D. Pedro II. Habiéndosele dicho que un poeta republicano se degradaba cantando a un monarca, contestó: «El poeta filósofo acepta la inspiración, ya venga del solio o se levante de la cabaña: en el rey y en el mendigo considera a la humanidad, y sin pretender cambio en las formas exteriores que le dan la fortuna o las leyes, sólo a ella tributa el fruto de su Musa».

El poeta argentino, desde su tumba, alza la voz en mi defensa. Pero yo no necesito de ella cuando U. es quien ha de pronunciar el fallo, pues U. es un juez recto e ilustrado.

Pero que modifique U. su juicio o no, mi gratitud hacia U. será tan duradera como la amistad que le profesa

J. M. Torres Caicedo

(En El Mercurio, Lima, sábado 19 dic. 1863, año 11, 351, p. 4, cols. 1-2, sec. «Variedades»).

[III]

Crítica literaria24

Don Ricardo Palma

La condesa de Agoult, tan conocida bajo el seudónimo Daniel Stern, una de las más bellas inteligencias de la Francia, ha dicho al hablar de las poesías de madama Ackermann: «Amo más el talento por lo que es, que por lo que hace. En la poesía busco al poeta».

En Palma, el talento nos encanta por lo que es y por lo que hace. Antes de conocer sus poesías, conocimos al poeta; nos enseñó a estimarlo un cantor sublime y un ciudadano eminente: Julio Arboleda.

Ese joven tan inteligente como modesto, pertenece a la brillante generación que ya ha aumentado el esplendor de la literatura peruana y que se distingue por las dotes del espíritu como por las cualidades del corazón.

Palma empezó por ser poeta, y pronto, sin dejar la lira, empuñó la pluma del periodismo y se lanzó en la ardiente arena de la política militante.

Desde que leímos sus primeras poesías, comprendimos que el bardo era uno de los favorecidos de las musas, y que su talento estaba realzado por los más nobles sentimientos.

Cuando llegaron a nuestras manos sus primeras poesías publicadas en un pequeño cuaderno, en 1855, pudimos esclamar con Du Cornuau, que parece haberse inspirado en las Armonías y las Meditaciones:

«Illusions, saintes chimères!

Ah! suspendez pour nous vos heures éphémères!

Durez pour embellir ou consoler nos jours;

Vous faites rayonner nos ardentes jeunesses;

Durez, durez toujours!»

Muy joven aún, la vida del poeta del Rímac no presenta muchos incidentes. Como Gutiérrez decía de Lillo hace quince años, la biografía de Palma está en el porvenir. Sin embargo, ya ha servido útilmente a su patria, a la causa americana, y ha escrito mucho en prosa y verso.

Ricardo Palma nació en Lima el 7 de febrero de 1833. Seguía sus estudios cuando empezó a darse al culto de las musas, pues se sentía poseído por tan bellas damas. En 1855, como hemos dicho, dio a la estampa, en un pequeño volumen, varios de sus cantos. En 1851 dio al teatro algunos dramas, uno de los cuales se titulaba Rodil. No los hemos leído, pero sabemos que el autor, cuya franqueza es digna de un hombre de mérito, los califica de detestables. Cuando así habla el mismo dramaturgo, necio sería el crítico que acometiere la fácil y estéril tarea de publicar los defectos de tales obras.

Desde 1853, Palma se hizo periodista, y ha colaborado en diarios y revistas del Perú y de Chile. Fue redactor principal del Liberal en 1858, de la Revista de Sur-América [sic] (Valparaíso) en 1862. Actualmente redacta la Revista de Lima. Entre las crónicas interesantes que en esta revista ha publicado el autor, es una de las mejores «La querida del pirata», que fue reproducida en la parte literaria ilustrada del Correo de Ultramar.

No hace mucho tiempo que Palma dio a la estampa en Chile, un folleto Dos poetas, en el cual hace un estudio de las obras de Juan María Gutiérrez, afamado bardo argentino, y de la malograda Dolores Veintimilla, la Avellaneda del Ecuador. También ha escrito un libro titulado Anales de la Inquisición en el Perú [sic].

Palma es oficial de la marina de guerra peruana. En mayo de 1855 naufragó en las costas del Perú, yendo a bordo del vapor de guerra Rímac. Entonces dio a luz una bellísima poesía dictada por las impresiones del naufragio, y que ha aumentado la reputación del autor.

En noviembre de 1860, Palma entró en una revolución contra el gobierno de Castilla, y fue desterrado a Chile. Desde que la libertad ha vuelto a ser respetada en aquella república, el desterrado ha podido regresar a sus hogares. Durante su permanencia en Santiago, el bardo, que es un hábil y valiente soldado de la causa de la América, tomó parte activa en la creación de la sociedad Unión Americana.

Entre las poesías de Palma, la titulada «América» contiene algunas valientes estrofas, y está animada por un santo amor a la patria. «Siempre ella», es un grito de amor puro y ardiente, así como es tierna y delicada la poesía «Vivo e n ti».

«Los diputados» y «Pandemonium», son poesías dignas de notarse, más por los arranques de un corazón honrado que por los versos.

«Flor de los cielos», que Palma ha calificado de leyenda, es un precioso juguete literario, que, si se presta a la crítica, tiene el mérito de la sencillez y revela chispa y vena en el autor. El asunto es fácil y la acción corre sin tropiezos. Flor de los cielos, hija de Nadal, cacique del Rímac, bella y candorosa joven, era la prometida de Otalí, pero el capitán español Hernando la ve y se enciende de amor por ella. La incana joven le ama, pues el europeo le habla en un lenguaje ardiente y fascinador. Hernando seduce a la virgen y la abandona en su deshonra. La infortunada había casi perdido la razón, y vagaba por los campos, llevando siempre su niño entre sus brazos, fruto de aquel desgraciado amor, cuando un día acierta a pasar un hermoso jinete por los retirados lugares que frecuentaba la infeliz muger. El seductor, pues no era otro, reconoce a Flor de los cielos y quiere huir.

La indiana hundió un puñal en el pecho del fementido amante, y poco después murió ella bajo el agudo puñal del dolor. Una de las partes más cuidadas de esa leyenda, es aquélla en que los dos jóvenes se confiesan su mutuo amor.

«Él la dice: -mi paloma,

Vuelve a decir que me amas ...

Y ella: -con tu amor inflamas

Mi ardoroso corazón;

Nosotras las que nacimos

En la América inocente

Amamos más tiernamente

Que las de estraña región.

Las ficciones cortesanas,

Hernando, no conocemos,

Que solamente sabemos

Amar y morir de amor.

¡Cristiano! nunca la hoguera

Apagues que has encendido...

¡Antes mueras, fementido,

Que abusar de mi candor!

-¿Olvidarte, prenda mía,

Cuando eres para mi alma

Lo que a las flores la calma,

Lo que a la vida el placer?

¡Te juzgo del paraíso

Un querubín, no muger!

Un rayo de luna tenue

Baña tu angélico rostro...

Ante tu beldad me postro

jurándote eterna fe.

¡Qué linda estás reclinada

Sobre mis hombros, indiana!

No tan bella la mañana

En el espacio se ve.

¡Ah! ¡Cuánto te amo! Tus ojos

Deja cerrar con un beso,

Y en mi volcánico acceso

Morir entre besos mil.

Antes maldito me vea

Del cielo, Flor de los cielos,

Que verter de amor los duelos

En tu seno juvenil.

Rica en galas y perfume,

Amorosa sensitiva,

Que tu corola reciba

Besos del aura sutil.

Regálete siempre frescas [añadido]

Sus perlas la blanca aurora,

Y en tu tallo, tembladora,

Te acaricie el sol de abril.

Mas ¡ah! si cristiana fueras

Llevárate a ser mi esposa,

Por bella, por candorosa;

¿Quién más digna que tú, quién?

Junto a ti existir no puede

La desventura inhumana;

¡Oh! ¿quién no te adora, indiana,

Como un ángel del edén?

-¿Yo cristiana? No, dijo ella.

En la religión paterna

Moriré; la luz eterna

Es, Hernando, la del sol.

¿No le has visto entre espirales

De zafiros y de grana,

Ostentarse en la mañana

Con su vívido arrebol?

¿Las aves no has visto entonces

Amorosas arrullarse?

¿Llegarán a preguntarse

Si es uno mismo su dios?

La religión ¡oh! dos almas

Que se comprenden no iguale,

Dime, cristiano, ¿qué vale

Si nos amamos los dos?

Ámame como el rocío

Ama a la flor delicada,

Como a la fresca cascada

Del céfiro murmurar;

Dime: ¿se preguntan ellos

Su religión? No, mi Hernando;

Viven y mueren amando,

Su religión es amar.»

En ésa como en otras composiciones notamos algo que no nos va en talante. Palma es contemplativo, el sentimiento le inspira, pero, mal inspirado por Espronceda, desconoce su propio genio, y quiere a cada paso introducir digresiones y mostrarse escéptico e irónico. Espronceda no formará escuela en esa parte, pues a pesar del ardiente numen del autor del Diablo mundo, sus travesuras y tours d'esprit huelen de lejos a Goethe y a su Byron [sic]. Palma debería seguir su inspiración natural: su poesía está en su corazón; y ya ha dicho Vauvenargues que del corazón nacen los más elevados pensamientos, lo que Lamartine ha repetido bajo esta forma: «Cuando el corazón dicta, la pluma corre ligera».

Es de advertir que hemos hablado hasta ahora de las poesías que Palma compuso a los veinte años.

Como era natural, las que ha publicado más tarde tienen mayor mérito y la versificación es más cuidada. Sus Armonías contienen piezas dignas de un gran poeta, y sólo sentimos no poseer las mejores, entre las cuales figura una consagrada a la memoria del ilustre y malogrado Arboleda, vilmente asesinado por el partido que en Nueva Granada osa llamarse liberal, y que ya, entre otros grandes hechos, cuenta el de los asesinatos de las dictaduras de Obando y de Mosquera.

Como hemos indicado, de las últimas poesías de Palma sólo conservamos unas pocas, y no de las mejores. A continuación las publicamos:

Esperanza en Dios

(Traducción)

(Feuilles d'automne [de] V. Hugo)

I

¡Joven! ¡Espera! Espera

En el mañana y siempre en el mañana...

¡No abandones la fe del porvenir!

Y cada vez que fúlgida y galana

Luzca la aurora en la celeste esfera

Y el monte dore y transparente el valle,

De pie, de pie nos halle

A la pleglaria prontos, cual Dios a bendecir.

II

¡Pobre joven! El amargo

Sentimiento que en ti noto

Es el hijo de tus faltas,

Es tu parte de lo odioso.

Quién sabe: permaneciendo

Por largo tiempo de hinojos,

Cuando haya Dios acabado

De bendecir generoso

A todos los inocentes,

Los arrepentidos todos,

¡Quién sabe, joven, quién sabe,

Se acordará de nosotros!

«Empeño»

En el libro de tu historia

En ser yo, flor de las flores,

Página hermosa de amores

Tengo empeño;

O en ser la ilusión postrera

Que sobre tu alma vacila,

Cuando a cerrar tu pupila

Viene el sueño.

«Similia similibus...»

A linda niña de tez morena,

Cuyo semblante la pena atrista,

Y deshojaba con frenesí

Las blancas hojas de una azucena,

Médico materialista

Dicen que la dijo así:

-Las dolencias del amor

No se curan, alma mía,

Entregándose al dolor...

La panacea mejor

Se encuentra en la homeopatía.

Porque es tremenda locura

Que descolore el pesar

Tu angelical hermosura...

Amor con amor se cura...

¡Lo demás es delirar!

Amor va poco a poco filtrándose en el ánimo

Del infeliz mortal

Y a dominar el pecho bastante es una dosis

Infinitesimal.

-A mi dolencia,

No hay en la ciencia,

Doctor, remedio... ¡No existe, no!

Si el que es mi dueño, si el que es mi vida

De mí se olvida...

...............................................................

¡Y en el pañuelo la frente hundió!

«Fantasía»

¿Quién llora del destino los hórridos enojos,

Si el bien es ilusorio y el mal es realidad?

Donde soñamos flores se encuentra sólo abrojos...

¿Existe algo de cierto?... ¿Será la eternidad?

En tanto que caminan veloces nuestras horas,

Rindamos holocaustos solemnes al placer:

Busquemos del presente las fiestas tentadoras,

El hoy es la mortaja que cubre nuestro ser.

¡Mañana! Ese mañana que se ama, teme y odia,

¿Tendrá para nosotros un desengaño más?

Cuando al morir nos canten la funeral salmodia,

¿Veremos que hay un cielo del ataúd detrás?

¡Oh! ¡sí!... para nosotros viajeros que anhelantes

Marchamos y marchamos de lo ideal en pos,

Hay algo que nos dice con voces incesantes

Que están tras de la tumba la eternidad y Dios.

Por eso cuando miro que no hay sobre la tierra

Más que egoísmo, dolo, miseria y corrupción,

Mis lágrimas ahogo... la humanidad me aterra

Y estalla en carcajada salvaje el corazón.

¡Reír! ¡Reír! paloma... Ya el mundo se fastidia

De tantos que especulan llorando su aflicción;

Por eso entre mis labios siempre el sarcasmo lidia...

¡La risa es la moneda que está en circulación!

En vano es que el poeta con afanar profundo

Del bien las armonías demande a su laúd,

Si entre el rumor de orgías su voz sofoca el mundo,

Si el crimen está en alza y en baja la virtud.

Tu causa sacrosanta ¡sublime democracia!

Pretexto es en Italia para imperial botín;

¡Señor! ¿Aún del [añadido] la fuente no se sacia?

¿Perdón no tendrá un día la raza de Caín?

¡Riamos! Nada importa que el mundo esclavo gima

De pérfidos tiranos bajo el sangriento pie...

¡Bien vengas, egoísmo! Mi espíritu se anima,

Al celestial influjo del mágico café.

Con él gratas visiones me trae la fantasía

De forma misteriosa, de espléndido color;

Con él como el Espíritu que el Génesis decía,

Se crea mi alma un mundo de libertad y amor.

Y en él al pueblo miro que se alza soberano,

La ley es su bandera, la libertad su altar,

Y el hombre es para el hombre hermano para hermano

Y la mujer su cielo... su genio tutelar...

Mas cesa aquel influjo del néctar perfumado;

Mi pensamiento baja del mundo que forjé,

Y exclamo cariñoso mirándote a mi lado,

¡Bendito sea el derviche que descubrió el café!»

Como se ve, el bardo peruano tiene chispa, y se siente realmente inspirado por el estro. Sabemos que el afamado poeta y literato doctor don Felipe Pardo y Aliaga, ha aplaudido mucho a Palma por la traducción que ha hecho de «La Conciencia», poesía de Víctor Hugo. En efecto, el poeta americano ha interpretado dignamente al poeta francés. El lector juzgará:

I

Admirada tempestad se desataba

Cuando, vestido de salvajes pieles,

Caín con su familia caminaba

Huyendo a la justicia de Jehovah.

¡La noche iba a caer! Lenta la marcha

Al pie de una colina detuvieron,

Y a aquel hombre fatídico dijeron

Sus tristes hijos: -Descansemos ya.

II

Duermen todos excepto el fratricida,

Que alzando sus miradas hacia el monte

Vio en el fondo del fúnebre horizonte

Un ojo fijo en él.

Se estremeció Caín, y despertando

A su familia del dormir reacio,

Cual siniestros fantasmas del espacio

Retornaron a huir ¡suerte cruel!

III

Corrieron treinta noches y sus días,

Y pálido, callado, sin reposo,

Sin mirar hacia atrás y tembloroso

Tierra de Assur pisó.

-¡Reposemos aquí! Dénos asilo

Este confín espléndido del suelo-.

Y al sentarse, su frente elevó al cielo

¡Y allí el ojo encontró!

IV

Entonces a Jabel, padre de aquellos

Que hoy el desierto habitan, -Haz, le dijo,

Que se arme aquí una tienda-, y el buen hijo

Armó tienda común.

-¿Todavía lo veis? -preguntó Tsila,

La niña de la blonda cabellera,

La de faz con [sic] el alba placentera,

Y Caín respondió: -¡Lo veo aún!

V

Tubal [sic] entonces dijo: -Una barrera

De bronce construiré... tras de su muro,

Padre, estarás de la visión seguro:

¡Ten confianza en mí!

Una muralla se elevó altanera,

¡Y el ojo estaba allí!

VI

Tubalcaín a fabricar se puso

Una ciudad, gigante de la tierra,

Y en tanto sus hermanos daban guerra

A la tribu de Seth y a la de Enoc.

Poblando de tinieblas la llanura

La sombra de las torres se extendía,

Y en la puerta grabó su altanería:

-Prohíbo entrar a Dios.

VII

Un castillo de piedad [sic] cuyo muro

A la altitud de una montaña asciende,

De la ciudad en medio se desprende

Y allí Caín entró.

Tsila llega hasta él, y palpitante,

-Padre, le dice, ¿aún no ha desaparecido?

Y el anciano aterrado y conmovido

La responde: ¡no! ¡no!

VIII

De hoy más quiero habitar bajo la tierra

Como en su tumba el muerto-; y presurosa

Su familia cavóle una ancha fosa

Y a ella descendió al fin.

Mas debajo esa bóveda sombría,

Debajo de esa tumba inhabitable,

El ojo estaba fiero, inexorable,

Y miraba a Caín.

Bajo el modesto título de «Crónicas», Palma ha publicado [en] diversas revistas verdaderos cuadros de leyendas, que revelan en el autor las más felices dotes, y que le abren anchos horizontes si quiere dedicarse al drama y a la novela. «Lida», crónica del siglo XVII, es todo un pequeño drama que nace, se desarrolla y se desenlaza en Lima, bajo el gobierno del marqués de Guadalcázar.

Lida era hija del conde de Barneto; era bella, virtuosa, amante. Viola un cumplido mancebo, el capitán Abigaíl González; al punto se enamoró de la hechicera joven, y sin dificultad se vio correspondido. Felices anduvieron los amantes, pues ningún estorbo se opuso a su legítima unión. Pero el enemigo estaba ahí, y pronto debía convertir en vergüenza y amargura tanta dicha y tan sincero amor.

Mientras que el capitán González recibía orden para reunirse inmediatamente a su regimiento acantonado en el Callao, el famoso pirata holandés Jacob L'Hermite asolaba las costas y ciudades del Perú. Esa fue la época dorada del filibusterismo. L'Hermite apercibió un día a Lida, y juró que tan bella dama le había de pertenecer.

Corría el 1.º de junio de 1624. Era alta noche. Una dama debía pasar en una calesa, yendo de Lima al Callao. L'Hermite, acompañado de sus malsines, estaba en acecho. La calesa va rodando lenta, cuando esos bandidos se lanzan sobre ella y arrebatan a la hermosa, que es al instante trasladada a bordo de la Nereida.

L'Hermite requería de amores a Lida, que era la dama sorprendida por los piratas, y ya recurría a las promesas y protestas de amor, ora apelaba a las amenazas y al insulto, cuando una sombra aparece entre las sombras. Era una mujer, era Leoncia, bella joven seducida y abandonada por el pirata, que llegaba a presenciar su venganza. L'Hermite, al oír el timbre de esa voz, que para él había llegado a ser fatídica, le amenaza con su puñal; pero Leoncia, que estaba medio demente, lanza una carcajada y le dice: «Estáis doblemente perdido: tu segundo, Schapenham, os ha hecho traición, estáis solo. Por otra parte, sabedlo ahora, al instante en que ibais a deshonrar a esa joven: estáis envenenado».

En efecto. L'Hermite cayó como herido por un rayo, mientras que Leoncia se lanzaba en medio de las olas.

Al día siguiente, las autoridades hicieron abordar la Nereida, y sólo hallaron un ser viviente en la cámara -era Lida. Mil conjeturas se hicieron, a cual más ofensivas al honor de la infortunada joven, y ésta, no pudiendo hallar en su hogar la estimación y el amor de su esposo, se refugió en un claustro, donde a poco murió.

Palma, a fuerza de escritor leal, señala las variantes que ha introducido en su crónica, y las diferencias que la separan de las relaciones históricas en Las tres épocas del cronista Córdoba, en la obra anónima sobre los Navegantes holandeses; en los escritos de La Harpe y de Calancha.

El poeta peruano ha sido aún más feliz en la crónica titulada «Justos y pecadores». Es ésta una pieza digna de elogio por el estilo castizo y elegante en que está escrita, y por la manera como trata el asunto, verdadero episodio dramático que bien se presta a una novela de considerables dimensiones. Hace algún tiempo que leímos ese escrito, y no teniendo de él sino algunos fragmentos, no podemos analizarlo.

Palma, hijo de sus obras, se ha labrado una posición a fuerza de inteligencia y de laboriosidad, y si es digno de aplauso por sus producciones políticas y literarias, mayores elogios merece por su hidalguía, su franqueza y su modestia. El poeta ilustrará su nombre con nuevas obras, y mientras tanto nosotros le repetiremos: Sic te diva potens Cypri!25

J. M. Torres Caicedo

(En El Mercurio, Lima, lunes 25 ene. 1864, año 11, 378, pp. 3, col. 6, y 4, cols. 1-3, sec. «Variedades»).