domingo, 27 de octubre de 2013

Una olvidada carta-prólogo de Ricardo Palma (en El «Real Felipe» de Aníbal Gálvez)
Oswaldo Holguín Callo

En los numerosos prólogos que escribió durante su larga carrera literaria, a menudo vertió Ricardo Palma preciosas noticias autobiográficas, principios ideológicos y morales, apreciaciones estilísticas, todo un caudal, en fin, de ideas, actitudes y juicios que no siempre han aprovechado los estudiosos. Uno de esos textos, en verdad una carta-prólogo, desconocida por sus bibliógrafos (Sturgis E. Leavitt, Raúl Porras Barrenechea, Guillermo Feliú Cruz, Enrique D. Tovar y Ramírez, Ángel Flores, David William Foster, Flor María Rodríguez-Arenas, Carlos Villanes Cairo, etc.), apareció al frente del segundo volumen de El «Real Felipe» de Aníbal Gálvez, datado en Lima el 30 de julio de 1909.
Aníbal Gálvez (Cajabamba, Cajamarca, 29 set. 1865-Barranco, Lima, 9 ene. 1922) estudió en los Colegios San Ramón de Cajamarca y Guadalupe de Lima, y en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de San Marcos, donde se graduó de bachiller en Ciencias Políticas y Administrativas (1885) y doctor en Jurisprudencia (1890). Recibido de abogado en este último año, fue relator de la Sala del Crimen de la Corte Superior de Lima (1894-1900), juez de derecho en Chancay (1900-), y del crimen (1907-) y de primera instancia en lo civil en Lima (1917-), retirándose de la judicatura en 1918. Como miembro del Colegio de Abogados de Lima (1892-), fue diputado primero de su junta directiva (1916-1917). De joven reveló preocupación social en el opúsculo Condición de la clase obrera en el Perú y medios de mejorarla (1895), y en política, como militante del Partido Liberal, llegó a ser vocal y secretario de esa agrupación, diputado suplente por la provincia de Huallaga (1913-1918) y titular por la de Cajabamba (1920), y secretario de la comisión parlamentaria para la reforma de la legislación penal1.
Seducido por la historia, su calidad de magistrado le permitió descubrir en los archivos judiciales algunas causas seguidas a los conspiradores y revolucionarios que actuaron en tiempos de los Virreyes Abascal y Pezuela, en las dos primeras décadas del siglo XIX2. Fruto de sus pesquisas no menos que de su talento reconstructor fueron numerosos artículos historiográficos aparecidos en diarios y revistas limeños de fines de esa centuria y comienzos de la siguiente (El Comercio, La Prensa, El Callao, Prisma, Variedades e Ilustración Peruana, entre otros), aunque la justificada fama de historiador se la dieron sus libros El «Real Felipe» (1908 y 1909, 2 vols.), Zela (1911, 2 vols.)3, La instrucción pública en el Perú y el «Instituto de Lima». (Apuntes históricos) (1913), colegio del cual fue profesor, y El Colegio de Abogados de Lima. Historia de su fundación (1915). Sin embargo, ya antes de publicarlos se le vio entre los primeros miembros de número -fundadores- del Instituto Histórico del Perú (1905)4. Tales obras, elogiadas por la comunidad y sus órganos representativos, vieron la luz en un momento propicio para la historiografía peruana, cuando alcanzó especial relieve el tiempo de la Independencia -conjurado por el recuerdo y la celebración del centenario de algunos acontecimientos- y se esforzaban por estudiarla, entre otros seguidores de Clío, Tomás Lama, Manuel Nemesio Vargas, Enrique C. Basadre, José Augusto de Izcue, Luis Antonio Eguiguren, Jorge Corbacho, Manuel C. Bonilla, José Uriel García, Jenaro E. Herrera, Eugenio Larrabure y Unanue e Ismael Portal5. Gálvez, como otros intelectuales de su tiempo, también obró movido por el propósito nacionalista de demostrar que los peruanos no fueron ajenos a la lucha y a los sacrificios que demandó la Independencia hispanoamericana6. El P. Vargas Ugarte y Evaristo San Cristóval han reconocido sus méritos7, como en su tiempo lo hicieron otros críticos8. Al parecer, dejó obra inédita9.
Pero antes de plasmar sus libros de historia, y sin duda bajo el influjo de Palma, Gálvez cultivó el relato histórico-literario a la manera de ese modelo, publicando numerosas y logradas tradiciones, en estilo imitado al maestro10, que al fin reunió bajo el título de Cosas de antaño. Crónicas peruanas (1905 y 1909?)11. Por cierto, ellas también se nutrieron de sus hallazgos en los archivos judiciales12 y han sido justamente observadas por abundar en «información histórica no integrada plenamente en la narración...»13. Otra faceta de su labor intelectual fue la doctrina jurídica en materia penal14.
Aníbal Gálvez debió de admirar a Palma desde fecha muy temprana de su vida. Lo cierto es que imitó su estilo, quizá mejor que ningún otro tradicionista de su generación, y puso en sus manos sus Cosas de antaño con las siguientes palabras: «A don Ricardo Palma, maestro / y orgullo de las letras patrias, en tes- / timonio de respetuosa admiración. / El autor [rubricado]»15. Palma leyó el libro y no dudó en estampar sendas aprobaciones en dos tradiciones: «El destierro de San Cristóbal» - «Esta tradición está muy / bien hecha. / Palma [rubricado]» - y «La Presa y la Calderón» - «Esta tradición merece / mi elogio- R. Palma [rubricado]»16. Palma influyó mucho en Gálvez, quien le tomó prestados no sólo diversos elementos de su particular estilo literario -humor, diálogos animados, lenguaje coloquial, etc.17- sino de su lectura de la historia peruana, v. gr. la controvertida versión del envenenamiento de José Sánchez Carrión por mano de un extranjero18. Maestro y discípulo tuvieron otros puntos de contacto: la adhesión al liberalismo, el culto del pasado, el sentido heroico -casi veneración- de la independencia patria y la voluntad de rescatarla para ejemplo de las generaciones, etc., reuniéndolos en 1911 la conmemoración del centenario de la rebelión dirigida en Tacna por Francisco Antonio de Zela19.
El «Real Felipe» es la historia de la abortada conspiración que en 1818 pretendió tomar esa fortaleza chalaca, en la que participaron, entre otros patriotas, José Gómez, Nicolás Alcázar y José Casimiro Espejo, quienes pagaron con la vida tan audaz proyecto. Sus primeros capítulos se ocupan, sin mayor profundidad, del pasado del Callao y de la construcción de la fortaleza a mediados del siglo XVIII. Más adelante, el grueso de la obra proporciona detalles preciosos del suceso al que está consagrada pues Gálvez consultó los voluminosos autos del proceso seguido a los conspiradores, lo que le permitió referir, paso a paso, sus planes, preparativos y movimientos, y, al fracasar la intentona, su captura, procesamiento y castigo20. El autor hace frecuente uso de su imaginación cuando ofrece cuadros dialogados, salva los vacíos documentales o saca partido de la miseria humana para exaltar el valor y la abnegación de los personajes que retrata21. Antes de aparecer como libro, gran parte de El «Real Felipe» se publicó por entregas en las influyentes revistas Prisma y Variedades, mereciendo sus dos volúmenes medallas de oro otorgadas por las Municipalidades del Callao y de Lima22.
Palma quedó muy complacido al leer la atractiva obra y seguramente manifestó el deseo de estimular públicamente a su autor23. Lo cierto es que concretó la siguiente, memoriosa y alentadora,
«Carta-Prólogo24
[pleca]
Lima, 30 de julio de 1909.
Señor doctor don Aníbal Gálvez.
Mi buen amigo:
Aunque mi deficiencia de salud me mantiene, desde hace un año, apartado de toda tarea literaria que reclame esfuerzo cerebral, grande o pequeño25, quiero darme la patriótica satisfacción de enviar a usted, junto con mi felicitación muy sincera, breves frases de aliento, a fin de que persevere en la labor de historiógrafo, para la que, en los dos primeros tomos de El Real Felipe26, ha revelado poseer envidiables condiciones intelectuales, altura de criterio y admirable paciencia de benedictino en la descifración de rancios, empolvados y casi ilegibles protocolos.
La historia de la revolución que, en 1818, debió de estallar en la fortaleza o castillo del Callao, era muy embrionariamente conocida27. / Tuvo usted la fortuna de encontrar, como quien encuentra el filón de aurífera mina, el abultadísimo proceso a que puso término el cadalso levantado frente al palacio de Lima el día de año nuevo de 1819, y en el que fueron sacrificados tres egregios compatriotas: Gómez, Alcázar y Espejo28.
Lo galano e intencionado del estilo, lo ameno del relato, la oportunidad de los comentarios, el estudio de caracteres y la amplitud de noticias personales sobre todos los comprometidos en la desafortunada revolución, revisten al ampliamente documentado proceso de altísima significación y de indiscutible importancia histórica.
Ahora corresponde a usted, esto es, a la clarividencia de su talento y a su patriotismo entusiasta e ilustrado, complementar la historia de El Real Felipe, dándonos a conocer, en uno o dos tomos más, el proceso de la también frustrada rebelión de 1819, en que figurara el conde de la Vega del Ren como jefe del partido republicano, los incidentes del primer sitio del Callao en 1821, la deslealtad del sargento Moyano, y, por fin, la obstinación épica del brigadier Rodil para mantenerse veinticinco meses combatiendo en defensa de una causa ya muerta y sin esperanza de resurrección29. Largos relatos de episodios, relacionados con el primer y segundo sitio del Callao, escuché referir, allá en los hoy muy remotos días de mi juventud, a muchísimos de los militares que actuaron en las bélicas campañas por la independencia del Perú, y recuerdo que el solo nombre de Rodil obsesionaba mi fantasía, revistiendo al jefe español con el lirismo poético de personaje leyendario [sic]. Y tanta y tan / poderosa debió de ser para mi espíritu la obsesión, que el único pecado gordo que contra la literatura teatral ha cometido mi pluma, y que sólo la mocedad del escritor puede hacer disculpable, fue haber escrito (y autorizado su representación) un drama en cuatro actos y en verso, que es otro ítem más, intitulado Rodil30.
No son páginas efímeras las por usted publicadas, sino de las que se buscan y perduran, como fuente valiosa de información y de estudio para los hombres de la nueva generación que se engolosinan con la lectura de narraciones sobre sucesos y personajes que fueron. Inspírese usted en este concepto, y convénzase de que hace utilísima obra de patriotismo, que habrá de conquistarle, por lo menos, la gratitud de los pósteros31.
Acepte usted, señor Gálvez, mi cordial aplauso por el feliz desempeño de la fatigosa labor histórica que ha tenido la entereza de acometer, y ojalá quiera el cielo acordarme vida para leer el tomo o tomos complementarios que le pide su viejo estimador
Ricardo Palma».
Gálvez expresó su gratitud a Palma con palabras muy sentidas: «A mi maestro y amigo, el Sr. D. Ricardo / Palma, que ha querido honrar mi modesto / libro, y darle, con su brillante prólogo, valor / inestimable.- Afectuosamente / Aníbal Gálvez [firmado]»32. Hay que reconocer, en honor a la verdad, que el juez tradicionista e historiador sabía lo que decía.