domingo, 2 de octubre de 2011

MANUEL RICARDO PALMA SORIANO IN MEMORIAM

CARTA 41

Lima, febrero 16 de 1899.

Excmo. señor don Nicolás de Piérola.

Mi respetado amigo:

El marqués de la Vega de Armijo, que ha remplazado al señor Cánovas en la presidencia de la academia, me escribe encargándo­me me interese en favor de la familia de Jiménez de la Espada.

Como ni usted ni yo necesitamos, para leer, que indefectible­mente nos pongan los puntos sobre las íes, ya sabrá usted como salir decorosamente del lance.

Yo creo que el Perú con haber obsequiado una medalla de oro al señor Jiménez de la Espada, cuyo cerebro se ocupó activamente en servicio de nuestro país, hizo poquita cosa, sobre todo después de que México había sido espléndido para con don Justo Zaragoza que se ocupó en resucitar crónicas mexicanas.

Llamo la atención de usted sobre la página 25 del primer folie­n en que está la relación de los trabajos de Jiménez de la Espada. En ella me he permitido marcar las publicaciones de don Marcos que al Perú se refieren, y que están en la biblioteca de Lima. Los cuatro tomos, sobre todo, de Relaciones geográficas, son obra de consulta que todos hojeamos.

Por si en algo estimase usted mi opinión, le diré que creo que, como jefe de la nación, quedaría usted y por consiguiente el país, dignamente ante la Academia de la Historia, remitiendo al director de esta tres mil pesetas (que son mil soles) acompañándolas con un decretito de Relaciones Exteriores que fue el que, en 1892, con­cedió la medalla de oro. Así probaremos que no somos ingratos para con la memoria del hombre que empleó su talento en servicio nuestro.

Dudo que haya hoy, en España, literato que remplace a don Marcos en sus aficiones por nuestra historia. Mucho de útil y de bueno nos ha dejado en sus libros mi difunto amigo.

Y cumplido concienzudamente por mí el encargo del buen mar­qués de la Vega de Armijo, no quiero terminar esta cartita sin de­cirle que me ha dado usted un gustazo con la lectura de su últi­mo discurso en Santa Sofía. ¿Con que ya lo contaré a usted entre los revolucionarios del idioma? Y no me diga usted que no, porque en su discurso, ha empleado usted el verbo silenciar tan anatema­tizado por la Academia Española y tan patrocinado por los re­voltosos montoneros como este su amigo afectísimo que le besa la mano.

RICARDO PALMA

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